VIDAS EJEMPLARES
Lo que había
Las limitaciones de Susana Díaz para la carrera estatal han quedado boca arriba
UNA semana más de campaña en Andalucía, otros siete días con Susana Díaz apropiándose de la bandera de todos los andaluces y teatralizando frases huecas, y hasta el pobre Sánchez comenzaría a parecernos Franklin D. Roosevelt.
La fascinación ante lo joven y nuevo llevó al tertulianismo a convertir en un referente a la señora Díaz Pacheco, de 40 años, una política muy trabajadora y con carácter. Su principal novedad fue que mientras Rubalcaba vagaba pusilánime ante el independentismo y el PSC coqueteaba con él, la presidenta andaluza tuvo el buen juicio de defender con un par de frases rotundas algo tan básico como la unidad de la nación (aunque pronto se embadurnaría con la empanada federalista, cuya receta desconocen hasta sus cocineros). Su hablar claro y su elemental lealtad patriótica, insólita ya en el PSOE, nos la hicieron grata y se prefirió no bajar a los detalles. Pero los había.
El primer detalle es que fue designada presidenta a dedo por un político enfangado en la corrupción, hoy imputado en el Supremo y que dimitió acosado por el mayor latrocinio de nuestras arcas públicas, los ERE. El segundo detalle es que ella misma formaba parte de ese régimen, como miembro (o miembra, que se decía antaño) de un Gobierno del partido que saqueó los ERE y permitió la tómbola de los cursos de formación (amén de firmar récords de paro y fracaso escolar). Por último, su única ocupación laboral ha sido la política profesional en el partido hegemónico y dedicó diez años a completar Derecho, tal vez un indicio de inquietud intelectual.
Pero con todo, a Susana Díaz le quedaba algo muy valioso en política, ese plus que adorna también al esperancismo: remango coloquial, simpatía, cercanía… Lástima que la tensión de dos debates televisados haya hecho aflorar a otra Susana, también real: tolerancia cero e irascibilidad a flor de piel. Es incapaz de escuchar sin un gesto agrio cualquier argumento ajeno. ¿Talante? Un poco como el del inolvidable Zapatero, que embozado tras una sonrisa seráfica ejercía de hooligan del sectarismo.
No fue la hora y media más amena de mi vida. Tampoco la más productiva, y bien que lo siento. Pero ayer, por prurito profesional, me dediqué a leer el programa electoral del PSOE andaluz. Su vaguedad, la ausencia de propuestas concretas y cuantificables (12.000 plazas más de guarderías y poco más), su cháchara tópica y a ratos descacharrante lograron entristecerme. Andalucía, la región con más posibilidades de España y la que más graves problemas arrastra, no se merece esa sarta de chuscos lugares comunes y brindis al sol. «La corrupción es una lacra intolerable» (señala ofendido en su programa el partido de Chaves y Griñán). «No nos resignamos a las cifras de paro» (menos mal, porque superan en 10,5 puntos la media española). «Andalucía es el territorio español con una democracia más madura» (¿Madura? ¿De Maduro? ¿Qué quiere decir eso?).
Las elecciones adelantadas, fruto de un berrinche y de un rapto de ego, se saldarán para el PSOE con menos apoyo del que tenía. Díaz, sostenida con pinzas en minoría, conservará la presidencia. Pero al menos ha conseguido aclarar algo: la Moncloa le queda larga, lejana.