VIDAS EJEMPLARES
Envidia
NO conviene idealizar a nadie, porque en cuanto acercas la lupa, todos tenemos máculas. Los ingleses, admirables por tantos motivos, también arrastran sus defectos. Un desasosegante frío emocional, camuflado por los buenos modales, que a veces derivan en una forma de hipocresía para evitar que los corazones se rocen. Un crudo distanciamiento respecto a padres y abuelos, que tanto contrasta con el inagotable colchón de afectos que es la extraordinaria familia española. Y ya entrando en el chascarrillo, cuesta no afearles su pasión por la comida-bomba y la moqueta, el disparate de sus precios inmobiliarios, o su extraña relación con la roña, con la que conviven con una placidez que desconcierta al latino. Aunque nos cueste tanto asumirlo, España es un oasis de alegría y un país seguro, tranquilo, libre y feliz. No hay muchos donde se viva mejor con el mismo dinero. Tampoco existe otro con una historia más señera a sus espaldas, que pueda decir que construyó el mayor imperio que ha conocido el mundo, que ha dado su idioma y su religión a media América. Pero es víctima de una insólita falta de autoestima.
A veces, con todo, toca sacarse el sombrero ante los curiosos ingleses. Ayer en la catedral de San Pablo, en el centro de Londres, se celebraron un austero desfile y un servicio religioso en recuerdo de los 453 británicos muertos en sus trece años de guerra en Afganistán. No se lo van a creer, pero el arzobispo de Canterbury ofició ¡una misa! en recuerdo de los muertos. Y allí estaban, por supuesto, el líder laborista, el ateo Ed Miliband; su predecesor Blair, católico; y el anglicano primer ministro, el conservador Cameron, con su vicepresidente liberal. Junto a ellos, la familia real al completo, incluida Kate Middleton, que está a punto de tener a su segundo hijo, ataviada con ropa de corte severo y ceremonioso azul oscuro, que tanto contrastaba con algunas elecciones indumentarias extemporáneas que se ven en los actos castrenses españoles por un concepto errado de modernidad. Tampoco se ocultó la cruz, portada con solemnidad por el pasillo de la nave central de Wren, porque se saben una nación de raigambre cristiana, aunque no hay muchas que se hayan abierto tanto al foráneo (el 30% de los londinenses).
Los británicos, como los estadounidenses, dueños de las dos democracias más antiguas del mundo, veneran a sus ejércitos, pues son muy conscientes de que en la vida a veces surge un Hitler (o un aprendiz de brujo ruso) y los soldados se convierten en el único garante de la libertad y los derechos.
España ha perdido a un centenar de militares cumpliendo con su deber en la guerra olvidada de Afganistán. ¿Se imaginan un acto similar? Una misa, ¡qué escándalo!, si hasta en la coronación del Rey fue orillada. ¿La oposición codo con codo con la derecha recordando a los soldados? ¿Con un líder del PSOE que aboga por suprimir el Ministerio de Defensa? Las cadenas británicas emitían el acto y dos tíos que tenía yo al lado en un café, treintañeros en sudadera, se acercaron a la tele para seguir mejor el tema. España seguirá teniendo un gran problema mientras una parte de su población continúe creyendo –ay– que la inventó Franco.