LLUVIA ÁCIDA

Me ofrezco

Por la presente, me ofrezco en cuerpo y alma, me ofrendo a la subversión, a la Acción Ortográfica Madrileña

David Gistau

Nunca tuve una personalidad militante. Ni siquiera en mis tiempos de escolar, que coinciden con los del Cojo Manteca, logró fascinarme una agitación estudiantil que permitía correr por las calles junto a muchachas arreboladas por la emoción mientras en las paredes rebotaban las bolas de goma. No. Nunca logré integrarme en una utopía jerarquizada, en un propósito colectivo, en un OTAN no, en unas tardes asamblearias, en un partido. Lo impidió esa mezcla de cinismo e individualismo que fue el gran logro temprano de mi instinto de supervivencia y que sólo la paternidad llegó a modificar al ensanchar mis fronteras íntimas de pertenencia. La familia me hizo un ser colectivo, pero nada antes, salvo, tal vez, haber jugado en un equipo de fútbol comprometido con el compañero y hasta con sus pendencias.

No crean que fue una ventaja. De hecho, lo considero una carencia. Una predestinación a la intemperie. Ya querría haber tenido esa capacidad de disolución. Quién sabe, ahora podría estar levantando el puñito junto a Errejón, podría haberme labrado un porvenir en la profesionalización de la utopía, podría haberme hecho fotos junto a Chávez o el subcomandante Marcos, en flor de cananas. Pero pasaron los años y no encontré mi hueco. No encontré mi causa. Ni siquiera entre los animales en peligro de extinción. Ni siquiera cuando los ídolos del pop volvieron «cool» la angustia por la deforestación amazónica y metieron jíbaros en sus jets privados para incorporarlos como atracción a los vídeo-clips y a las fiestas (¿ven cómo salta el cinismo?, siempre igual). Ni el Atleti me conmovía cuando era digno de compasión. Nada traspasaba mi corazón de sílex.

Quién me habría dicho que sería ahora, alcanzada la edad en que se procura con una frazadita no pillar frío en los riñones, cuando resonaría en mi interior, como un tam-tam de Conrad, la llamada de la militancia. Por la presente, me ofrezco en cuerpo y alma, me ofrendo a la subversión, dispuesto a sacrificar todo calorcito burgués y a arrostrar las penitencias de la existencia clandestina, a la Acción Ortográfica Madrileña, que creo que se llama así, pero no voy a levantarme a mirarlo. Lo que no han conseguido las ballenas, ni Sting, ni la lucha de clases, es decir, provocarme una epifanía del compromiso, sí lo han logrado estos galantes activistas que se han propuesto corregir todas las faltas ortográficas que nos laceran la mirada en cuanto salimos a pasear por Madrid. Tendría que saber cuál es la opinión de la organización acerca de la acentuación del adverbio solo/sólo, porque ahí podríamos tener la primera escisión. Pero, mientras, háganme saber cuáles son las pruebas de iniciación. Si para entrar en los Latin Kings hay que pegar a alguien, o dejarse pegar, que ahora no me acuerdo, para ser admitido en la gloriosa AOM supongo que hay que salir embozado y con un rotulador rojo para corregir las faltas de no menos de siete escritos públicos. Ojalá que, al hacerlo, me pasaran silbando bolas de goma.

Me ofrezco

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