UNA RAYA EN EL AGUA
El silenciador
En vez de apartar a Nacho González con un simple dedazo lo han acorralado con una jauría y liquidado con silenciador de sicario
Para elegir a los candidatos de Madrid bastaba con las encuestas, un poco de intuición y otro tanto de determinación política pero el PP, siempre tan aficionado al autoembrollo, se ha tenido que enredar en una intriga de serie negra con policías, extorsiones, testaferros, sospechas de corrupción y maniobras de sabotaje. Y transmitida en directo para dar comidilla a la industria de la carnicería mediática. Que el PSOE hiciese lo mismo, cerrajero incluido, se explica porque Pedro Sánchez está poco arraigado y además debía salvar el engorroso escollo de las primarias; sin embargo Rajoy tiene todo el poder y sólo necesita usar el dedo como un rayo láser. Si no le gustaba Nacho González, que en efecto no era la mejor elección, podía designar sin más oposición a otro u otra aspirante. En vez de eso lo han acorralado con una jauría para después liquidarlo con silenciador de sicario. Tiempo perdido para construir liderazgos y malversado en indecisiones contraproducentes y oscuras batallas de desgaste.
En este absurdo culebrón el partido le ha faltado al respeto a sus electores, que no andan precisamente agolpándose para votarlo, y el propio presidente ha insultado la inteligencia de la opinión pública cuando pidió a los periodistas que preguntasen por el desenlace en esa calle Génova donde nadie se atreve a mover una uña sin consultarle. Esa respuesta tan insólita recordaba la anécdota de Franco ante cierto actor, hijo de un republicano encarcelado, al que en una recepción del Pardo inquirió con cinismo cómo estaba su padre. La soberbia del poder engendra una autocomplacencia hiriente y contagiosa; en una ocasión, cuando el acosado Borbolla fue a la Moncloa a pedir amparo contra los guerristas a Felipe, éste le contestó con displicencia que sólo tenía un voto en la Ejecutiva. Pilatos era un pobre aprendiz al lado de esta gente. En las conspiraciones shakespereanas por lo menos los reyes ejecutaban a los adversarios manchándose de sangre sus propias manos.
El ticket electoral de Madrid resultará o no bueno según los resultados que saque, pero tiene lógica dentro de la óptica conservadora del marianismo, tan renuente a renovaciones y cambios: Aguirre para tirar del voto burgués de la capital, el motor de la hegemonía en el bastión madrileño, y Cifuentes para pelearle a la izquierda las ciudades de la periferia. Ambas estaban a la vista y eran una elección natural, decantada, entendible sin mayor estruendo. Apartar a González era cuestión de un simple manotazo de autoridad que nadie habría discutido; no hacían falta alambicadas historias de tramas policiales y áticos fiduciarios. El PP es muy dueño de utilizar un procedimiento de selección vertical si lo aceptan sus militantes y partidarios; lo que no tiene sentido es renunciar a la transparencia de las primarias para sustituirlas por un sórdido glu-glú de las cañerías del Estado.