VIDAS EJEMPLARES
Un Wilfredo
Cómo crear arte con el exprimidor del zumo
AYER por la mañana, me asaltó una iluminación tras hacerme el zumo en el exprimidor. Contemplé las dos semiesferas huecas de la monda de la naranja y entonces acaeció la gran epifanía que me ha cambiado la vida: ¿Acaso no eran esas mondas despojadas de sus gajos una obra de arte y yo un relevante artista?
Allí, golpeándome la pupila con su elocuencia conceptual, brillaba el color anaranjado de la cáscara de la fruta, sin duda una reminiscencia icónica de los fulgores nucleares de Hiroshima y Nagasaki. Por su parte, la ausencia de pulpa, el vacío desolado del interior de la monda, se revelaba como una contundente parábola del no ser, del silencio absoluto que sigue a la hórrida floración del hongo atómico. Mi mente, disparada en un frenesí de creatividad, incluso visualizó la obra expuesta en alguno de nuestros prestigiosos museos de arte contemporáneo, el de Palencia, el de Vigo, Santiago, Burgos, Alicante… (hay donde elegir, porque si no llega a irrumpir la crisis, iban camino de batir a los Mercadonas). La obra se mostraría en uno de esos centros costeados con dinero público, en una estancia amplia, de paredes níveas y techos inalcanzables. Allí, en el medio del blanco vacío, instalaría la mesa de mi cocina y sobre ella reposaría el estremecedor alegato: las dos mondaduras del cítrico. Hasta barruntaba un título: «Violencia / Bipolar / Naranja». Con eso, un comisario de exposición fino se apura dos gin-tonic y me llena sin despeinarse ocho folios ininteligibles para el catálogo en papel couché (pagado a tocateja por alguna Diputación).
Fatigado por el esfuerzo creativo, me serví un vaso de leche. Pero no me lo pude beber, pues de inmediato reparé que había creado otra obra. Y es que al poner el vaso de leche al lado de otro lleno de Cola Cao, caí en la cuenta de que el blanco y el cacao, separados por sus cristales, estaban denunciando a gritos el muro invisible del racismo. Si en Arco pedían 20.000 euros por un vaso de agua a medio llenar, lo mío, con dos vasos y con leche y Cola Cao, por lo menos se iba a los 60.000 euracos.
Cuando salía de la cocina, observé un plátano y dos mandarinas. A punto estuve de sucumbir a la tentación de crear una instalación de connotaciones freudianas. Pero tuve el buen juicio de no incurrir en la chabacanería escatológica escolar. El arte es algo muy serio. Al salir a la calle, en las escalerillas del portal, algún guarro había dejado una lata de cerveza vacía y arrugada. Mi primer reflejo fue apartarla con un suave puntapié. Pero tras mirar a ambos lados de la calle por si venía alguien, me la guardé raudo en un bolsillo. La lata, bien argumentada, me da para un par de obras. Hasta se podría hacer una vídeo-instalación grabando la lata durante seis horas para demostrar que no respira. Con música de John Cage, claro.
(Dedicado, con respeto y admiración, al artista cubano Wilfredo Prieto, mayor de edad, de 36 años, que pidió 20.000 euros por un vaso de agua y expone mondas de plátano y las racionaliza. Wilfredo y los de su estirpe, que han tenido la lucidez de hacernos ver que Rembrandt, Monet, Henry Moore, Rodin y Picasso eran unos mastuerzos que perdían miserablemente el tiempo).