EL CONTRAPUNTO

Rivera aprueba con nota

En el Foro ABC, el líder de Ciudadanos demostró que la suya es una opción de voto tan útil al menos como las que representan PSOE o PP

Isabel San Sebastián

No era sencillo el reto al que se enfrentaba Albert Rivera en el Foro ABC. Su audiencia estaba compuesta mayoritariamente por empresarios y hombres o mujeres de negocios enormemente influyentes en el universo económico español, para quienes la estabilidad es una aspiración a la que ha de supeditarse cualquier otra, y el bipartidismo, la mejor manera de alcanzarla. Sembraba pues el líder de Ciudadanos en un campo poco receptivo a su semilla, a pesar de lo cual cosechó una sonora ovación. Gustó. Logró traspasar con palabras tan sencillas como sentidas el muro invisible de escepticismo que se levantaba ante sí, y me consta que convenció a más de uno. No leyó su discurso, sino que lo desgranó espontáneamente con la naturalidad de quien dice lo que piensa, lo que cree, lo que brota directamente de su mente y su corazón. Supo transmitir al público algo que lleva tiempo desaparecido de nuestro escenario patrio: Ilusión.

Rivera reivindicó los valores de la Transición como garantes del progreso en libertad, abogando por la reforma y modernización de una partitocracia obsoleta a fuer de endogámica, una ley electoral injusta, unas administraciones públicas hoy al servicio de los partidos políticos y no de los ciudadanos que las financian con sus impuestos, una Justicia corrompida por las «zarpas de los políticos, que no sólo han matado a Montesquieu, sino que pisotean su tumba» (sic), y una Educación anclada en métodos memorísticos propios del pasado, que lastran cualquier oportunidad de futuro. Citó, agradecido, a Suárez, González y Aznar, como artífices respectivamente de la reconciliación entre españoles enfrentados a muerte entre sí, el ingreso de España en la Unión Europea y la incorporación a la moneda única, evocando ruidosamente los fantasmas de los silenciados. Reiteró la perentoria necesidad de unir en lugar de separar, tendiendo lazos solidarios entre compatriotas. Mencionó una y otra vez a la clase media, escarnecida en esta crisis, para subrayar su compromiso de impulsar una economía libre de mercado compatible con la justicia social. Y se refirió al aborto, sin tapujos, para defender un modelo mixto de supuestos y plazos, homologable a los que rigen en la mayoría de los países de Europa, que empiece por negar a la liquidación de un embarazo la condición de «derecho», dado que se trata siempre de un monumental fracaso. En definitiva, hizo un despliegue de sentido común en sintonía con lo que pide a gritos una parte nada despreciable de la sociedad española, poniendo el acento en las propuestas a fin de marcar distancias con los partidarios de hacer saltar todo por los aires el edificio democrático que nos acoge.

En el Foro ABC Rivera se consagró como líder de un partido llamado a consolidar los cimientos del sistema nacido con la Constitución del 78. Un partido inequívocamente español, carente de complejos, decidido a predicar lo mismo en Madrid, Barcelona, Sevilla y La Coruña. Un partido empeñado en devolver a la ciudadanía el protagonismo perdido a manos de formaciones cada vez más cerradas en sí mismas y entregadas a la cooptación. Un partido contemplado con creciente temor a diestra y siniestra, dado que su ascenso sostenido en las encuestas lo convierte en una opción de voto tan útil al menos como las que representan el PSOE o el PP en términos de fiabilidad, susceptible de brindar a España, además, algo tan indispensable como una bisagra nacional, que no nacionalista.

Ningún socialista de primera fila acudió a escucharle. Sí estuvo allí Cristina Cifuentes, delegada del Gobierno en Madrid, en un gesto que la honra. Al César, lo que es del César.

Rivera aprueba con nota

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