VIDAS EJEMPLARES
Celia
Frívola displicencia en la sede de la soberanía nacional
Cómo no comprender el reclamo irresistible de una buena partidita de Candy Crush. He visto al luciferino juego interrumpir alguna vez en el lecho conyugal («hombre, ¡es que justo ahora no puedo parar…!»). He asumido la derrota hace tiempo: un cónyuge ya muy visto no puede competir con los caramelos de colores del videojuego de moda.
Pero alega Celia Villalobos, de 65 años, vicepresidenta primera del Congreso, diputada en nómina desde hace un cuarto de siglo y pensadora progresista, que ella para nada jugaba al Candy mientras el presidente hablaba en la tribuna. Aclara Celia que se limitaba a leer la prensa en su tableta. Su compañera, la vicepresidenta tercera, añade en su defensa que «mientras esté escuchando, uno puede hacer lo que quiera». Interesante reflexión, que despeja la entrada en el parlamentarismo español de los bocatas de chistorra, el botellón, las neveritas portátiles y el baile del reguetón.
Cuando los escolares visitan el Congreso, además de mostrarles los aberrantes disparos de Tejero, les explican un par de cosas. En el Parlamento reside algo muy valioso, la soberanía del pueblo español, y los diputados son representantes y servidores de los ciudadanos que los hemos elegido. Añadamos que el Debate del estado de la Nación no es una de esas sesiones vermut de bochornosa bancada vacía. Se trata del más importante del curso, salvo que haya una cuestión de confianza o una cita excepcional, como fue el desafío de Ibarretxe.
Un diputado tipo de fuera de Madrid percibe unos 4.700 euros netos al mes. La vicepresidenta primera recibe a mayores tres complementos: 1.200 de la Mesa, 1.000 de representación y 700 de libre disposición. Villalobos podría andar por 6.000 euros netos al mes. ¿Mucho? No. Correcto, acorde a la alta magistratura que asume: ostentar la presidencia del Congreso en ausencia del titular.
Algunas conclusiones:
—Que Celia esté en las patatas tableteando mientras habla el presidente del Gobierno de la nación –para más señas, jefe también de su partido– supone una falta de respeto institucional.
—Si el ejemplo lúdico de nuestra vicepresidenta primera cundiese y todas sus señorías y ministros se dedicasen a jugar al Candy, ojear la prensa, ver vídeos chistosos y mandar mensajitos, el siguiente paso sería organizar los debates por guasap.
—Si Celia se aburre tras estar en el Congreso veinticinco años, cobrando siempre y sin apearse nunca, lo tiene fácil: renuncie, que a los 65 la jubilación es lo normal, y más tras una colmada trayectoria de servicio público. Liberada de tan plúmbeos cargos de representación, podrá manejar la tableta mañana y noche, sin abochornar a quienes le pagamos con nuestros impuestos.
Aunque no lo parezca, tal vez el sistema parlamentario español logre sobrevivir sin Villalobos. Una discreta retirada sería un colofón elegante para una política original, que considera la eliminación de los no nacidos un símbolo de modernidad, los tacos un abalorio del progresismo, el hueso del caldo una conquista sanitaria y los discursos del presidente un muermazo que hay que sobrellevar iPad en mano.