HORIZONTE

Elogio de nuestros héroes

En la guerra hay que causar el máximo número de bajas posible al enemigo con el menor número de bajas propio

Ramón Pérez-Maura

La dureza de «El Francotirador» de Clint Eastwood es estremecedora. Prueba de lo bien que describe cómo es una guerra. Algunos han denunciado que el protagonista de la historia, Chris Kyle, dijera que «contra lo que estábamos luchando en Irak era contra una maldad feroz y vil». Y esta película lo demuestra. Hay una escena en la que por primera vez se ve a hombres vestidos de naranja a los que están a punto de degollar. Porque esto ya ocurría hace más de diez años en zonas de Irak bajo el mandato de Abu Musab al-Zarqaui, el lugarteniente de Osama bin Laden. Lo narró Jean-Charles Brisard en su magistral «Zarqawi: The New face of al-Qaeda» (Blackwell Publishers, 2005): «Un rehén egipcio fue sacado del maletero de un coche, vestido sólo en ropa interior; todo su cuerpo estaba cubierto de moratones (...) los secuestradores le ataron las manos a su espalda y le ordenaron decir su nombre (...) Tras hacerlo estaba apunto de pedir perdón por sus actos, cuando un hombre hizo una señal al verdugo, de pie tras el rehén. Éste le agarró y le cortó la lengua, tras afirmar que el tiempo de las disculpas había pasado.» El rehen fue después decapitado. El iniciador de esta escuela de la barbarie era el hombre con el que Kyle y sus compañeros intentaban terminar. Pero de esas acciones, aquí no nos hemos empezado a preocupar hasta que no las han perpetrado contra occidentales.

Como además ahora esos crímenes se realizan con notable despliegue cinematográfico, yo animaría a quienes han tenido las tragaderas de ver la ejecución del soldado jordano por el procedimiento de quemarlo vivo en una jaula, a que piensen si de verdad hubieran estado en contra de que un tirador acabara con la vida de esos asesinos. Porque aunque no queramos verlo, el Terrorismo Islámico nos ha declarado la guerra. Y las guerras no se impiden porque una de las partes no quiera darse por enterada. Así sólo se pierden. Y esas guerras, por desgracia, hay que librarlas con hombres como Chris Kyle, que sin duda no era un intelectual. Era un hombre razonablemente acomodado, casado con una mujer bellísima, que pudo ver por el visor de su arma el grado de maldad que había a su alrededor. Empezando por la madre que entrega a su hijo, un niño, una granada para que vaya a suicidarse con ella entre soldados americanos. Esta película nos recuerda que en la guerra hay que causar el máximo número de bajas posibles al enemigo con el menor número de bajas propio. Eso es fácil de hacer bombardeando desde el aire y matando justos y pecadores. Es mucho más difícil desde tierra, buscando puntos en los que apostarse y vigilando la actividad del enemigo del que con frecuencia se está a sólo un lanzamiento de granada.

Algunos reconocen que cinematográficamente es una buena película. Yo digo que es mucho más. Es un gran elogio de nuestros héroes. De los que fueron a jugarse la vida por Occidente.

Elogio de nuestros héroes

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