VIDAS EJEMPLARES

Banderas

UN hilo invisible une a tres glorias inmarchitables de nuestro progresismo escénico, Almodóvar, Bosé y Bardem, y es que siempre hablan mal de su país. Embajadores honorarios de la antimarca España, suelen retratar una nación postrada, aniquilada por una derechona cruel, a cuyo lado Putin sería Teresa de Calcuta y Maduro el hijo putativo de Olof Palme. Un lugar donde la indigencia es norma, los derechos sociales peores que en Honduras y el pueblo clama por liberarse del yugo del luciferino PP (al que, por cierto, ese mismo pueblo eligió por mayoría absoluta).

Papito Bosé ha acudido a hacer bolos a La Habana. Su ímpetu justiciero, tan vivaracho en España, enmudeció en la feliz democracia de los Castro Brothers, la satrapía más longeva del orbe. Bardem también se vuelve otro, un profesional liberal que va a lo suyo, en cuanto Hollywood saca la chequera y reclama sus servicios (brillantes, por otra parte, pues una cosa es la actuación y otra las aportaciones politológicas de un señor de evidente indigencia académica). La misma mutación opera en Pedro, que si toca vender su musical «Mujeres» en el West End londinense, para nada se acuerda allí de los recortes que ha impuesto David Cameron, más drásticos que los de su homólogo español. Inglaterra, el país más capitalista, abierto y liberal de Europa, sí le parece cool y guay al pensador socialdemócrata manchego, el hombre que en marzo del 2004 elevó su voz cívica para alertarnos de que el PP preparaba «un golpe de Estado» que solo vio él.

Nada de lo anterior sucede con José Antonio Domínguez, malagueño de 54 años, hijo de un policía y una maestra, Bandera, de segundo apellido. Cuando tenía 19 años, se plantó en Madrid solo y sin padrinos, con una mano delante y otra detrás, dispuesto a comerse el mundo a dentelladas de vitalidad. Conoció las «pensiones inmundas» que ha cantado Sabina con su lúcido croar cazallero, el circuito del teatro marginal, el quiero y no puedo de los cortos, las pelis de tres pesetas. Se inventó a Antonio Banderas y cuando entendió que en España ya quedaba todo hecho, dio otro salto mortal sin red. Llamó a las puertas de Hollywood, sin saber ni papa de inglés. Estudió como un poseso y se labró un cartel también allí. Algunos opinamos que no tiene el talento sobrenatural con que la naturaleza ha bendecido a superdotados de las tablas como Vittorio Gassman, Juan Diego, Mark Rylance, Toni Servillo... y hasta gasta un puntillo hortera. Pero lo suple con una entrega y una energía que le han permitido salir airoso de embolados tan exigentes como encabezar –¡cantando!– un musical en Broadway.

Hoy a Banderas le dan un Goya honorífico, que es algo así como una lápida en vida. Merece el aplauso de sus compatriotas, porque como Nadal, Plácido Domingo o a su modo estrambótico Julio Iglesias, Antonio ha hecho algo que ya escasea: hablar bien, en todo lugar y toda hora, de su nación, España. Sí, es un ciudadano global, que ha abierto todas las puertas con su puro tesón y encanto. Pero es también, y hasta se hace raro decirlo en un país que tiende a autodespreciarse, un patriota.

Banderas

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