EL RECUADRO
Consuelo
José Manuel Lara Bosch, el hijo del dueño, en el premio Ateneo conoció a aquella jefa de las azafatas y se prendó de ella
Cuando la conocí, Consuelo García Píriz no era todavía señora de Lara y mucho menos marquesa del Pedroso, un título que hasta le da vergüenza usar y que la ruborizó una vez que alguien se lo llamó delante de desconocidos, no sé si en la frutería o en la pescadería, una cosa así. Consuelo en aquellos entonces era una guapa muchacha de Olivenza que había llegado a Sevilla para estudiar Relaciones Públicas en una escuelita que había puesto un emprendedor. Pero entonces a los emprendedores todavía no se les llamaba tampoco así, y aquel Centro Español de Nuevas Profesiones era como una premonición de Nicolás Valero en un viejo caserón de la calle Sor Angela de la Cruz, donde Luis Uruñuela, el que luego sería alcalde de Sevilla, y otros jóvenes profesores universitarios enseñaban cosas más bien raritas de las que aún no había Facultad: Periodismo, Relaciones Públicas, Publicidad, Turismo... Cómo sería Valero de emprendedor que una vez que vino Carandell a hacer un reportaje sobre aquella Sevilla de los últimos años del franquismo, dijo: «Este Valero es capaz de poner una Escuela de Perropaseadores».
Cuando veo a los argentinos por el barrio de Salamanca paseando perros atraillados me pregunto si no serán alumnos de Valero según Carandell, en aquellas Nuevas Profesiones donde, yo también de profesor, venía diciendo que conocí a Consuelo Píriz antes que el que habría de ser su suegro, José Manuel Lara Hernández, inventara la divina locura del premio de novela Ateneo de Sevilla como un tributo a su tierra. En la primera edición, Lara le pidió a Valero azafatas de su escuela para los fastos de la cena del fallo y las ruedas de prensa. Al mando de aquellas muchachas iba Consuelo. Punto en el que pasamos a Rafael de León. Porque aquí viene, como en lo de la Reina Mercedes, que «una historia de amor empezó a sonreír a la orillita del Guadalquivir». José Manuel Lara Bosch, el hijo del dueño, que andaba como becario distinguido curtiéndose en la empresa de su padre y placeándose en el premio Ateneo con vistas al Planeta, conoció a aquella jefa de azafatas y se prendó de ella.
La historia de amor terminó tan felizmente que, andando el tiempo, volví a encontrarme a Consuelo, ya señora de Lara, como la gran mujer que estaba junto a nuestro Ciudadano Kane sin Orson Welles, nuestro Ciudadano Lara, en la construcción de un imperio mediático sobre aquellos libros de las ventas a plazos y a domicilio de Planeta. Siempre en la sombra, Consuelo era la gran mujer que dicen hay detrás de todo gran hombre. Para mí que José Manuel Lara encontró en ella los mismos arrestos e inteligencia que su padre había hallado en la inolvidable María Teresa Bosch. Consuelo adoraba al viejo Lara. Sólo a ella le he escuchado nombrarlo como «Pepe». En el dolor tras la muerte de su hijo Fernando y luego en la enfermedad del otoño del patriarca, Consuelo se volcó con Pepe, que la adoraba. Como luego se volcó, también en la enfermedad, con José Manuel. Nadie sabe, y no lo voy a desvelar yo ahora, el zaratán propio que Consuelo llevaba por dentro cuando era la sombra protectora del gran Ciudadano Lara en sus últimos años de lucha contra la misma enfermedad que se llevó a Rocío Jurado. Quien dudase de que hay mujeres fuertes, lo habría de creer viendo a Consuelo con su discreción, su prudencia, su tacto, al lado de aquel ciclón de los negocios que de mayor quería ser sevillano y que llegó a serlo, Hijo Adoptivo, en su casa de Mairena del Alcor o en su mecenazgo sobre tantas empresas culturales andaluzas.
«Consuelo» se llamaba una triunfal obra de teatro de Ayala, el de la calle en el barrio de Salamanca, medio extremeño, o sea, medio paisano de esta otra Consuelo que nunca roneó de marquesa del Pedroso y con cuyo nombre he titulado este gorigori a modo de romance de amor de quien, en un segundo plano de inteligente discreción, nunca dejó de sonreír en esa película a lo Ciudadano Kane que es la increíble vida y obra de un monstruo de los negocios volcado con los demás y llamado José Manuel Lara Bosch.