EL CONTRAPUNTO

La guerra de Monedero

A la hora de trincar impunemente, con escaso o nulo coste electoral, en España está todo inventado

Isabel San Sebastián

Pujol se envolvió en la senyera, Rajoy se escondió dentro de un plasma, González recurrió al amparo de los célebres «cien años de honradez» y Sánchez simplemente niega la mayor, mientras blinda a Chaves y Griñán en el Senado, fuera del alcance de la juez Alaya. Juan Carlos Monedero habla de «guerra» y se declara víctima de una conspiración encabezada por el ministro de Hacienda. Nada nuevo bajo el sol. A la hora de trincar impunemente, con escaso o nulo coste electoral, en España está todo inventado.

Hasta donde alcanza la memoria democrática, no ha habido un líder político afectado por un caso de corrupción que no tratara de escurrir el bulto apelando a supuestas campañas orquestadas en contra de su partido, a la vez que señalaba a los periodistas como responsables de difundir trapos sucios inexistentes. Todos han intentado matar al mensajero («¡mentirosos, basura!», gritaban las hordas podemitas a los informadores en Leganés) y algunos, como el PNV de Arzalluz, lo han hecho con tanta eficacia y sincronización con la «vanguardia armada» como para obligarnos a llevar escolta durante años. Todos han procurado convertir las acusaciones que pesaban sobre sus espaldas en un boomeran susceptible de ser aprovechado en su favor, mediante obscenos ejercicios de victimismo destinados al consumo interno de sus huestes. «Montoro, no te tengo miedo, tengo mis cuentas muy en regla», proclamaba en el citado mitin el número dos de Iglesias, prescindiendo, eso sí, de proporcionar la menor explicación sobre el origen, justificación y destino de los cuatrocientos veinticinco mil euros ingresados en esas cuentas en apenas dos meses a través de una sociedad de dudosa legalidad. Todos han alternado el ventilador con la tinta de calamar. Y a todos les ha funcionado dentro de sus respectivas parroquias.

A nadie puede sorprender pues que Monedero emule a sus compañeros de actividad al verse sorprendido en flagrante práctica digamos que «irregular», no sólo radicalmente contradictoria con los postulados ideológicos que predica, sino sospechosa de incurrir en el terreno de lo doloso. Su reacción es la que cabía esperar, la que tantas veces hemos visto. Viene a sumarse a una larga lista de incoherencias similares tremendamente elocuentes: Podemos nació como azote de la «casta» política y hunde sus raíces en lo más rancio de la casta universitaria, en cuyo seno abrigado ha florecido una dirección generosamente nutrida por ese «Estado opresor» que con tanto encono denuncia. En ausencia de un programa digno de ese nombre, dado que las cuatro consignas buenistas que constituyen su ideario no alcanzan la consideración de propuesta de Gobierno, se presentaron como adalides de la regeneración ética que exige todo ciudadano bien nacido, si bien ninguna de sus parteras ha resistido la primera confrontación superficial entre dichos y hechos. Se les llena la boca hablando de lo público, de pensiones justas y salarios sociales, pero demuestran un elevado conocimiento de ingeniería financiara destinada a eludir el pago de los impuestos necesarios para sufragar lo que prometen. Son los peores enemigos de sí mismos.

Nadie le ha declarado la guerra, señor Monedero. No hay campañas orquestadas ni persecución ni acoso. Estamos, eso sí, todavía, en un país abierto a la prensa libre, al ejercicio de la crítica y a la existencia de la oposición. Si algún día llega a gobernar Podemos, es probable que emule a sus maestros chavistas y liquide esos molestos «obstáculos». Hasta entones, Monedero, seguiremos preguntándole de dónde salió el dinero y a dónde ha ido a parar.

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