UNA RAYA EN EL AGUA
Frankenstein
La estrategia de elegir como rival a Podemos tiene el riesgo de convertirlo en receptor del voto útil de la izquierda
El Gobierno se ha enterado al fin del peligro de Podemos: ahora falta que no lo agrande por sobrevalorarlo. Después de ignorar su crecimiento en el «Sálvame» político de las televisiones, después de llamarlos frikis y despreciarlos como si hubiesen brotado de una efímera polinización de primavera, el poder ha decidido convertir a los de Pablo Iglesias en el rival con el que medirse para reagrupar al centro-derecha. Los han identificado como adversario principal para movilizar el voto de la estabilidad y el miedo. Lo son sin duda: es el partido de la ruptura y el resentimiento, un proyecto aventurerista surgido de los rescoldos del 15-M y crecido como reacción al colapso institucional en los años de crisis. Pero al elegirlo para la confrontación directa –el PP le ha dedicado más de la mitad de los discursos de su Convención– existe el riesgo de aumentar sus expectativas y convertirlo por un reflejo especular en el gran receptor del voto útil de la izquierda.
En su estrategia de reagrupamiento sociológico, el marianismo menosprecia a un PSOE envuelto en la confusión identitaria y en la lucha intestina. Pretende orillar a la socialdemocracia para apoderarse del sector moderado como único depositario de confianza de las clases medias. Los socialistas ofrecen demasiada vulnerabilidad; carecen de discurso nacional y de liderazgo sólido, y sus únicas posibilidades de gobernar fuera de Andalucía pasan por alianzas de tintes frentepopulistas. Sin embargo, presentarlos como elemento menor, irrelevante, equivale a reforzar la gran apuesta de Podemos para erigirse en la segunda pata del bipartidismo.
Iglesias está a gusto en ese duelo, y se le nota. Reforzado por la victoria de Syriza en Grecia, lo acepta como un regalo y refuerza el desafío en su gira de mítines para preparar la «Gran Marcha» sobre Madrid del día 31, en la que piensa presentarse como alternativa populista de poder. Se siente cómodo porque su planificación estratégica, ensayada en las asesorías del laboratorio bolivariano, es la del «empate catastrófico»: un enfrentamiento de polaridad social. Ese empate se rompe en la calle, un escenario en el que aún no hemos visto a Podemos porque sus dirigentes sujetan a las bases de apoyo para enfatizar su perfil de moderación táctica. Pero es un movimiento que viene de la protesta y encuentra en ella su mejor arma; llegado el caso tiene recursos para convertir el país en un gigantesco Gamonal.
Una victoria de Podemos sería una catástrofe para el sistema pero un segundo puesto, una jefatura de la oposición, también representa una hipótesis de descomunal inestabilidad que podría arrastrar al PSOE al monte del radicalismo. La fragilidad del socialismo actual, aunque es pavorosa, no da miedo a nadie y Rajoy necesita un enemigo contra el que aparecer como garantía. La duda es la de si puede acabar creando un Frankenstein después de minusvalorarlo.