CAMBIO DE GUARDIA
Red sin ley
La red no es un Estado dentro del Estado. Es un Estado por encima del Estado. Para el cual la ley no rige
Internet está fuera de ley. Es una de las desasosegantes constancias que la guerra contra el yihadismo impone. Los salafistas operan sin control en esa malla. En la web planifican la compra de armas. En la web coordinan sus atentados. En la web escapan a las escuchas policiales, mediante sencillos programas de conferencia on-line. En la web son planificados sabotajes informáticos que pueden dejar paralizado a un país entero. En la web puede generarse la muerte en masa, como puede generarse la potencia de una mejor vida. La red es hoy el mundo reduplicado. Con esa reduplicación puede hacerse paraíso. Y, como siempre que el paraíso puede hacerse, los hombres conseguirán alzar infierno.
Así, en las cosas grandes. Esas que va descubriendo ahora Europa, al socaire de una amenaza inédita: la guerra en casa. Las medidas que anunció el primero ministro francés revelan la intención de acabar con un ámbito de impunidad, cuya amenaza ha comenzado a ser agobiante. Los Estados europeos deben actuar al unísono para reducir la red a un espacio de ley y garantía similar al que rige el resto de los espacios en las sociedades democráticas. Porque sin ley ni garantía la libertad no es posible. Y sin la libertad nada vale de verdad la pena.
Así, en las cosas grandes. Pero también en las naderías que hacen nuestra vida grata. O lo contrario. Déjenme que, esta vez, les cuente una historia mía. Tontamente mía. Pero que tal vez sea más común de lo deseable. Verán: hace tres semanas, varios amigos me telefonearon para felicitarme por mi cuenta en Twitter. Les había gustado, parece. Muy bien, encantado. Salvo por un problema: yo no tengo cuenta en Twitter. Sencillamente porque, habiendo ejercido toda la vida de misántropo en lo real, no veo por qué debiera hacerme sociable en lo virtual. Eres tú, sin duda alguna, me replicaron. Está tu foto, tu nombre... Incluso tus palabras son reconocibles.
Resultó que era verdad. Un @gabrielalbiac muchísimo más Gabriel Albiac que yo –que del tal Gabriel Albiac no sé gran cosa– hablaba con sus «seguidores» –preocupante nombre– en la red. Amablemente, todo sea dicho. Reclamé a Twitter: no tengo nada contra los autores de la cuenta, los cuales parecen simpáticos e inteligentes. Solo que no son yo. No ellos, sino Twitter podría estar incurriendo en delito de suplantación: mis escritos son de propiedad pública; mi firma, no. Al cabo de unos días, la cabecera fue modificada por algo así como seguidores de Gabriel Albiac. Me di por satisfecho y decidí retornar a mi caverna. Anteayer, los amigos me llamaron de nuevo: la cuenta volvía a exhibir solo mi firma. Con una nota pequeñita de no oficial: @gabrielalbiac seguía hablando bajo mi foto y en nombre mío. Amablemente, simpáticamente, inteligentemente. Y sin permiso. Ayer, volvieron a corregirlo: ahora es un club. Vale así. Hoy. ¿Mañana...? Mañana, garantía, cero.
La red no es un Estado dentro del Estado. Es un Estado por encima del Estado. Para el cual la ley no rige.