EL CONTRAPUNTO
España S. A.
Toda la política de comunicación del Gobierno, y casi toda su política a secas, consiste en «comprar» la adhesión del ciudadano apelando a su bolsillo
Al presidente del Gobierno Sus Majestades de Oriente le han traído oro en forma de petróleo barato, incienso con el descenso de la prima de riesgo y mirra plasmada en una izquierda dividida por la irrupción de Podemos, que deja fuera de juego a su gran adversario histórico. Tres valiosos regalos que habrían sido inconcebibles hace apenas un año, debidos en cierto modo a una buena gestión económica innegable, pero también a esa suerte o «baraka» que acompaña a todo inquilino de La Moncloa… hasta que decide abandonarle.
El presidente del Gobierno puede tener la tentación de fiarlo todo a la recuperación y al miedo que inspira un movimiento peligrosamente radical como el encabezado por Pablo Iglesias, poniéndose en manos del optimismo antropológico de Arriola, siguiendo dócilmente sus consejos y confiando en esa estrella cuya luz le enciende la mirada últimamente. Puede utilizar su poder e influencia creciente en los medios de comunicación para atizar ese miedo, sin duda fundado, silenciar a las formaciones de centro susceptibles de convertirse en bisagras, y jalear con fanfarria cada noticia positiva que brinde nuestra economía. Puede sentarse a esperar que la inercia le lleve a revalidar su mandato del mismo modo que le condujo hasta el despacho que ocupa hoy, por hundimiento del contrario. Se equivocaría.
Hasta la fecha, el mensaje machaconamente repetido desde todos los terminales populares se refiere a España S. A., empresa que estaba al borde de la quiebra cuando el consejero delegado Mariano Rajoy se hizo cargo de la gestión y hoy, gracias a su trabajo, escala posiciones en el IBEX 35 del escenario internacional. Se nos habla del rescate que no llegó a producirse, del empleo que empieza a crearse, de exportaciones, competitividad… Incluso vamos a notar en la nómina de enero una ligera reducción de la presión fiscal que pesa sobre nuestras espaldas, y hay quien no descarta ya una nueva bajada de impuestos antes de las generales, si la evolución de los tipos de interés y del precio del crudo permite al Estado mantener un ahorro sustancial en estas dos facturas. En resumen, toda la política de comunicación del partido en el Gobierno, y lo que es peor, casi toda su política a secas consisten en «comprar» la adhesión del ciudadano apelando a su bolsillo. Como si el votante en general, y el de centro-derecha en particular, se moviese únicamente por intereses materiales. Creo no hablar solo por mí misma si afirmo tajantemente que esta asunción no responde en absoluto a la verdad.
Ocurre que España no es una sociedad anónima y el español de a pie, el ciudadano normal, tiene otras preocupaciones aparte de las inherentes a llegar a fin de mes. Le preocupa, nos preocupa, el estado deplorable de la Justicia, no solo politizada y lenta, sino trufada de justicieros impredecibles. Nos preocupa la sensación de que la corrupción sigue siendo rentable incluso cuando se destapa. Nos preocupa que las víctimas del terrorismo se sientan tan engañadas como para verse obligadas a manifestarse en las mismas calles por las que pasean libres muchos asesinos. Nos preocupa que el aborto se consolide como un derecho indiscriminado de la mujer, sin más limitación prevista que la misma en virtud de la cual las menores de edad no pueden comprar tabaco. Nos preocupa constatar que la familia está tan desprotegida y carente de ayuda como en la época de Zapatero. Nos preocupa y escandaliza una Administración aquejada de obesidad, a la que apenas se ha privado de unas chocolatinas. Nos preocupa que la palabra dada carezca de valor y la mentira se imponga como herramienta política. Nos preocupa España, esa gran Nación que se diluye.