VIDAS EJEMPLARES

Las auténticas vacaciones

En cuanto estuvieron unos días callados, el problema desapareció del mapa

Luis Ventoso

Con las navidades llegaron el cava, el langostino VIP y la mítica cumbre anual con la suegra, donde merced a una generosa alianza de civilizaciones se puede triunfar año tras año con idéntico catálogo de chistes malos. Pero este año las navidades tuvieron una nueva característica. Imperó en España un cierto relax zen, un alivio gratificante, como el que siente el elefante cuando le retiran de la pata esa insidiosa espinita, que nunca lo va a matar, pero que lo mortifica. Ellos también son humanos. A veces descansan. Algunos incluso lo hacen en los palacetes adquiridos con aquellos dineros cosmopolitas –ora andorranos, ora caribeños–, fruto del honesto esfuerzo familiar.

Durante unos días, por desgracia no tan largos como el grueso de la ciudadanía habría deseado, el orfeón independentista permaneció casi callado. Cierto que hubo discurso patriótico navideño a cargo del infatigable president (ese santo varón, que siendo secretario general de un partido embargado por financiación ilegal no se enteraba de nada; ese bienaventurado serafín, que ejerciendo de consejero de obras públicas de la Generalitat no se percató de que las comisiones institucionalizadas corrían bajo sus gafas; ese beatífico político, que fue ungido líder por un dirigente que chapoteaba en la corrupción, pero que logró mantenerse incólume e ignorante en un tinglado donde se lucraba hasta la buena de la matriarca).

Cierto que durante el parón navideño hubo la habitual ración de fútbol nacionalista, esta vez en San Mamés. Pero el partidazo pasó sin pena ni gloria, pese al regalo masivo de entradas. Y cierto también que en su discurso el Rey sí habló bastante del asunto, como no podía ser de otra manera con un intento de sedición en curso por parte de los representantes del Estado en una comunidad. Pero la verdad es que comparado con los ratios de presión/plomada habituales, tuvimos vacaciones.

En esos días felices no hubo rueda de prensa diaria del sonriente señor Homs insultando un poco a todos sus compatriotas españoles con su gracejo chisposo. Tampoco hubo amenazas tremebundas del señor Junqueras, emitidas con taimado tono mansurrón. Ni siquiera hubo tertulianos meditando desde el desayuno hasta la cena sobre el legendario «encaje de Cataluña» (tema que curiosamente jamás aparece en el CIS entre las principales preocupaciones de los españoles, que abogan mayoritariamente por dejar la Constitución como está, o en todo caso, por una recentralización). Por no haber, ni siquiera hubo la sesión de noticias subtituladas del máster de catalán de Televisión Española.

Es decir, por unos días se dejó de hablar del épico e imparable desafío. ¿Y saben lo que ocurrió? Pues que el nivel de preocupación se difuminó como un azucarillo, probando así lo que todo el mundo sabe: es un problema artificial, creado desde sus estructuras de gobierno por el nacionalismo, que auspicia desde hace cuatro años una colosal campaña de adoctrinamiento y desinformación, costeada con dinero público. Fondos, por cierto, aportados por el Estado, porque la comunidad quebró tras la gestión de un extravagante tripartito, que jugaba con Montilla haciendo de Xavi y con Carod Rovira de Messi. Y así les salió la jugada…

No existe ni un problema en Cataluña que se vaya a arreglar desgajándola de España. Y sí existen evidencias de que una Cataluña separada sufriría empobrecimiento y más tensiones. No estaría mal que entre los buenos propósitos de 2015, además de leer libros, como el nuevo Zuckerberg, se incluyese el intento de bajarle el volumen al separatismo. Porque entre todos estamos haciendo grandes a quienes ninguna razón tienen.

Las auténticas vacaciones

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