VIDAS EJEMPLARES

EL ALPINISTA

Sánchez intenta que la televisión supla su falta de ideas

Luis Ventoso

EL montañero leonés Jesús González Calleja, de 49 años, es un personaje que cae bien al momento, por su campechanía y su carencia absoluta de sentido del ridículo. Calleja, con su melena rubia de bote y su verborrea desinhibida, es lo que hablando coloquialmente llamaríamos «un cachondo». Ha coronado un montón de cimas asesinas y suponemos que es muy bueno en lo suyo. Aunque una vez, siguiendo al borde de la modorra uno de sus «desafíos extremos», me pareció ver pasar al fondo de la imagen a una tibetana que caminaba tan pancha en camiseta, mientras nuestro hombre, ataviado como para volar a la Luna, explicaba desaforado que estaba atravesando una situación límite. En fin, tal vez fuese un efecto óptico, porque estoy convencido que Calleja siempre arriesga: es capaz de convertir en una gesta inenarrable un ascenso por las escaleras mecánicas del Corte Inglés.

En su regreso a la televisión estas navidades, Calleja ha fichado a Pedro Sánchez, que mercadeó con su privacidad para hacerse propaganda. Sánchez está muy achuchado. Por retaguardia ataca el Oráculo del Sur, Susana Díaz, que ejerce de perro del hortelano: primero no quiso la jefatura de su partido, porque le iba holgada, y ahora se dedica a chinchar a quien la ganó ante su renuncia. Por el flanco izquierdo, a Sánchez le ha brotado la extravagancia de Podemos, una folclorada postcomunista, cuyas propuestas no aguantan el mínimo escrutinio, pero que ha sido alzaprimado por las televisiones y es el empalagoso azúcar de todas las tartas. Sánchez sabe que es un líder apuesto, joven (42), nuevo… y de cartón piedra. En el frente económico, que es el vital, carece de una sola idea original y se dedica a enfatizar simplezas sobre los recortes marianescos. En el otro asunto medular, el desafío separatista, desbarra, y para evitar coincidir con el PP, propone privilegiar unos sediciosos a los que solo les vale romper la nación.

Visto el aprovechamiento de la televisión que ha hecho el astuto Iglesias, Sánchez se ha puesto a ello. Acepta lo que le echen: la corrala de Jorge Javier, el humor blanco de Pablo Motos, las proezas montañeras. No hay límites. El jefe de la oposición ha metido al jovial alpinista en su piso, con su mujer y sus hijas dentro, con las cámaras hurgando en su intimidad. Calleja incluso logró culminar una nueva gesta: apalancarse en el sofá del político y quedarse a dormir en su casa. Sánchez demostró en el programa que es arrojado: bajó desde un molinillo de viento amarrado a una cuerda, bien sujetado por el amigo Jesús, y luego ascendió a su vera el peñón de Ifach, en Calpe. Entre bajada y subida, mucha risa forzada de mira qué majo soy y alguna mirada soñadora a la cámara para recitar topicazos sin enjundia del manual de Primero de Zapaterismo.

Roosevelt no habría podido acompañar a Calleja en sus aventuras. Ganó la Segunda Guerra Mundial en una silla de ruedas. Pero su herramienta de trabajo era su cabeza, no sus piernas. Pronto veremos al pobre Sánchez friendo unos huevos en «Máster Chef», o concursando en «Pasapalabra». Buscando en un plató la fama volátil de los figurantes.

EL ALPINISTA

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