CAMBIO DE GUARDIA

Lo que no es Grecia

Todo lo invertido en Grecia ha sido devorado por la corrupción. Es dinero perdido. Ojalá sea el último

Gabriel Albiac

Hace tres años ya que lo escribí aquí: «no existe más Grecia ya que la que persevera, eterna, en los volúmenes de las bibliotecas». La Grecia que en los cantos homéricos construyó nuestra visión épica del mundo; la Grecia que, con Esquilo, Sófocles y Eurípides, nos puso ante el espejo en el cual nos supimos irremediables, frágiles y, antes que nada, paradójicos; la Grecia que, en Platón, instaló al hombre libre ante el horizonte más grandioso de la la inteligencia: afrontar esas “maravillas acerca de lo uno y lo múltiple, que por estar en la esencia de la lengua nunca pueden ser agotadas” y al cual él llamó filosofía; la Grecia que con Epicuro vence a la muerte; la Grecia que pervivía en el ingenio de un pensador que, en la Alejandría del siglo tercero, se niega a ser retratado porque bastante desdicha es tener ya que soportar un rostro como para añadirle un duplicado; la Grecia que, de modo paradójico, vive en la lengua y la escritura de San Pablo, en los neoplatónicos tardíos de Bizancio, última Grecia en la otra orilla…; esa Grecia no existe.

Sus últimas cenizas fueron aventadas, junto a las de la gran biblioteca, el día de la primavera de 1453 en que cayó Constantinopla para no volver a alzarse. Cosme de Medici invirtió cantidades suntuosas para recuperar restos de aquella biblioteca. Es lo que quedó. Un equipo de sabios, a los cuales Cosme instaló en su Villa de Careggi, consumó el milagro: ordenó códices, restauró, tradujo, anotó, comentó, rehizo. Salvó Grecia. Que, a partir de ese día, es esto sólo: libros; nuestros libros. Leyenda por la cual nosotros somos.

Tanta fuerza tiene esa memoria legendaria, que olvidamos lo esencial: no hay Grecia. Hace ya mucho. Hay el nombre sólo. Y ese nombre, Grecia, designa ahora otra cosa. No, el caótico país al cual hoy llamamos Grecia no es, en rigor, Europa. Esto a lo cual las convenciones diplomáticas llaman Grecia es tan sólo un Estado fallido, residuo de la quiebra del Imperio Otomano en el siglo XIX y en continuo conflicto bélico con la antigua metrópoli hasta entrado el siglo XX. La UE se negó a afrontar esa evidencia. Prefiriendo hacer rodar el peso fósil de las mitologías: aquellas en las cuales se invoca el irrevocable prestigio de la Grecia Clásica. Es como pretender que el Egipto moderno tenga algo que ver con el de los faraones. Más allá del suelo. Que es, en sí, nada.

La Unión Europea y Grecia son dos mundos que se excluyen. La lógica de la UE es capitalista. La de Grecia, parasitaria. Un parásito requiere un protector que pague. Grecia, que quedó del lado de Occidente tras una guerra civil que les supuso a los griegos un coste humano más alto que el de la segunda guerra mundial y la ocupación alemana, aceptó ser cobijo estratégico de la VIª Flota a cambio de una prestación equitativa: Estados Unidos cargaba con los gastos griegos. Se forjó, así, durante medio siglo, una economía subvencionada, a cuyo abrigo la corrupción fue único motor económico. Hasta el día de septiembre de 1989 en que la URSS cayó y el parapeto griego dejó de ser rentable.

Acabada la guerra fría, Grecia no tiene nada que vender. Y nadie tiene motivo alguno de peso para cargar con sus gastos. La constante de todos los políticos helenos ha sido, en estos años, vivir a costa de la UE. Es culpa de la UE, que no supo desengancharla a tiempo de un proyecto económico para el cual no está capacitada. Todo lo invertido en Grecia ha sido devorado por la corrupción. Es dinero perdido. Ojalá sea el último.

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