EL CONTRAPUNTO
Madrid, un verso suelto
Esperanza Aguirre rompe con la tradición «popular» de sumisión silente a los designios del dedo decisorio
Al presidente Rajoy le gusta subrayar que «España no es Madrid», y lo cierto es que cada vez tiene más razón, especialmente en lo que atañe a su partido. El PP madrileño se ha convertido en el último reducto defensor de los principios y valores que constituyeron antaño el santo y seña de una formación capaz de convencer a la mayoría absoluta del electorado, hoy descafeinada hasta el punto de volverse irreconocible. Principios económicos clásicos del centro derecha, como la manida consigna de «no vivir por encima de nuestras posibilidades», traducida en recortes que han supuesto a la comunidad un duro castigo del ministro Montoro, siempre dispuesto a premiar con el dinero de todos el derroche practicado en Cataluña y otras regiones abonadas al déficit crónico. Promesas emblemáticas, aunque difíciles de cumplir, como el compromiso de bajar los impuestos. Medidas materiales, sí, pero también valores políticos. Porque en Madrid el PP hace o intenta todavía hacer política, a pesar de que esa actividad, casi subversiva a ojos de quien nos gobierna, ha sido proscrita de la agenda oficial.
Cuando, allá por el año 2008, los gurús de la calle Génova decidieron suscribir de facto el llamado «plan de paz» de Zapatero, desmarcarse de las víctimas del terrorismo y retirar el apoyo que históricamente habían brindado los de la gaviota a su principal asociación, el PP de Madrid salió al quite, supliendo en lo posible ese abandono con ayuda logística para sus manifestaciones. Cuando, mucho más recientemente, un cónclave celebrado en el Parador de Sigüenza produjo un giro de 180 grados en la posición del partido con respecto al aborto, ya que dicha postura, según el influyente Pedro Arriola, situaba al PP muy a la derecha en la consideración de los ciudadanos, la presidenta del PP madrileño levantó la voz para declarar públicamente que «el aborto es un fracaso y no puede ser un derecho». Fue la única dirigente aún en activo que se atrevió a hablar. Jaime Mayor tiró la toalla, al igual que Gallardón, autor del proyecto de ley condenado, mientras otros reconocidos «pro-vida», alguno de ellos ministro, guardaban un silencio significativo del liviano peso de sus convicciones.
Madrid fue pionera en la recuperación de la bandera nacional, colocando una enseña en la Plaza de Colón que da la medida de la grandeza española, y hace gala de su patriotismo con algo más que ese símbolo, revalidando año tras año el título de región más solidaria por su aportación a las arcas comunes, pese al maltrato sufrido a manos de todos los ministros de Hacienda.
Madrid albergó las protestas callejeras que forjaron a Pablo Iglesias y sus secuaces, cuando gobernaba el PSOE y resultaba más cómodo encauzar la ira popular contra la Puerta del Sol que contra La Moncloa. Pese a ello, Podemos no ha consolidado precisamente en la capital su principal bastión, sino que se abre paso con mayor fuerza allí donde las estructuras del Estado han sido debilitadas desde el corazón mismo del Estado, a través de gobiernos nacionalistas, empezando por Cataluña y el País Vasco.
Ahora Madrid rompe también con la tradición «popular» de sumisión silente a los designios del dedo decisorio y vemos a Esperanza Aguirre postularse para encabezar la candidatura de su partido a las Municipales. Hay quien la tacha de arrogante, otros afirman que se humilla e incluso no faltan los convencidos de que va derecha al desastre. Yo en cambio veo a una mujer decidida a dar la batalla incluso a riesgo de estrellarse, porque las únicas batallas perdidas son las que no se combaten. Veo a una mujer con coraje dispuesta a luchar por lo que cree… Aunque fracase.