COSAS MÍAS

La rebelión de los prudentes

Me refiero a la prudencia frente a esa reforma constitucional propuesta por los socialistas para responder a las demandas de los nacionalistas catalanes

Edurne Uriarte

LLAMO prudentes a todos esos españoles que respetan la Constitución y no exigen su reforma a pesar de lo que les gustaría ese cambio. Porque saben que tal proceso podría generar más problemas de los que hipotéticamente resolvería. Sí, me refiero a la prudencia frente a esa reforma constitucional propuesta por los socialistas para responder a las demandas de los nacionalistas catalanes. O el enésimo intento equivocado de satisfacer a los nacionalistas que no interesa a los propios nacionalistas, pero irrita y provoca a los españoles prudentes.

Y resulta que esos españoles prudentes constituyen nada más y nada menos que el 30% de los ciudadanos, tal como se puede observar una y otra vez en las encuestas. En el Barómetro de julio del CIS, un 31,3 por ciento sumado por quienes preferirían un Estado centralizado sin autonomías (20,7 por ciento) y quienes optarían por un sistema autonómico con menos poder para las autonomías (un 10,6 por ciento). Cuando el PSOE propone una reforma constitucional para responder al movimiento independentista de Cataluña, olvida a ese 31 por ciento. Y no tanto porque suponga que la mayoría de sus votantes no está entre ellos, sino porque no tiene la inteligencia política para calcular los efectos de la apertura de un proceso de reforma constitucional en ese grupo.

Es posible que el 34,5 por ciento que opta por mantener el Estado autonómico actual pueda aceptar unos cambios que no ha pedido y, obviamente, estará satisfecho ese 15,1 por ciento que quiere un modelo con más poder para las autonomías. Pero el 9,8 por ciento independentista se quedará igual de insatisfecho. Y, sobre todo, ese 31 por ciento de prudentes que apenas hace sentir su voz exigirá una reforma acorde a sus deseos. El conflicto estará servido.

Otro conflicto mayor que el que tenemos en la actualidad, quiero decir. Porque tenemos un conflicto nacionalista, es evidente, pero una reforma constitucional dirigida a satisfacer sus exigencias es causa para un segundo conflicto mucho mayor que ese. Para un cuestionamiento de todos los consensos sobre el modelo de Estado tan duramente madurados en estas décadas. Quizá, «una voladura del régimen», en la línea de lo exigido por Podemos y el resto de la extrema izquierda. Pero no precisamente en la dirección deseada por ellos, sino más bien en otra. Puestos a abrir una reforma constitucional, ese 30 por ciento sería muy relevante, y seguramente determinante para lograr cambios en la dirección contraria a la exigida por los socialistas.

En uno de los mejores textos que existen sobre la democracia, el gran politólogo Juan Linz se preguntaba por qué los ciudadanos aceptan la incertidumbre asociada a cada elección democrática, por qué los que tienen poder, incluso armado, optan por obedecer, por qué la democracia tiene legitimidad. Y daba dos razones: su carácter temporal, vencedores y vencidos lo son por poco tiempo; y las normas constitucionales que definen los límites del poder y dan garantías frente al mismo: «Una vez establecido el orden constitucional, los intereses más importantes de los ciudadanos están en mayor o menor medida protegidos de las mayorías temporales» («Los problemas de las democracias y la diversidad de las democracias»).

Los ciudadanos prudentes entienden lo anterior. Siempre que algunos no intenten alterar el orden constitucional en una dirección aún más alejada de sus intereses y de su prudencia.

La rebelión de los prudentes

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