VIDAS EJEMPLARES
UN MISTERIO EN UN ENIGMA
El extraño viaje de un hombre que pudo reinar
ADEMÁS de ganarles la guerra a los malos, escribir con prosa excelsa, pintar con destreza y saber disfrutar un puro y una copa, Winston Churchill era un mago de la oratoria. Hablando de Rusia, dejó una definición redonda: «Es un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma». Al tropezarme con la cita, me viene a la memoria el hombre que pudo reinar. La ascensión y caída que lo ha convertido en «un misterio dentro de un enigma».
Rato, de 65 años, nacido en Madrid, vino al mundo con el sol familiar iluminando su sendero. Bisnieto de un ministro relevante, hijo de un matrimonio que enlazaba a dos ilustres y potentadas familias asturianas. El padre, de raigambre nobiliaria, banquero y fundador de la cadena Rato. La madre, de la familia hegemónica en la minería y la siderurgia asturiana y banquera también. Rodrigo se formó en los jesuitas. Inteligente, con carácter, pero un poco niño bien, fue vadeando los estudios con la aplicación distanciada de un sportman. Icade se le atragantó y acabó Derecho en la Complutense. Completó su formación con un máster de Administración de Empresas en Berkeley (California). Corría 1974. Aquella universidad era una de las mecas de la contracultura. Berkeley le dio regalos duraderos: el prestigio de una formación foránea, al alcance entonces de una contadísima élite; el inglés, en un país que sigue sin hablarlo, y una mirada original. Mientras sus futuros pares –véanse Aznar y Rajoy– clavaban codos opositando, Rato conocía de primera mano el mundo libre y el rock. Un paso por delante. Otras tablas.
De vuelta, su padre lo introduce con Fraga y se convierte en pata negra de AP-PP. Diputado desde 1982 a 2004, lo adornan muchas virtudes. Orador convincente, de ironía cortante si hace falta. Decidido, ideas claras, capaz de armar equipos cohesionados, que lo reconocen como líder con una lealtad a prueba de bomba (los famosos «ratistas»). Rodrigo le da la vuelta al pobre legado económico de Felipe (solemos olvidar que dejó un paro del 22%). Liberaliza. Privatiza las joyas de la corona (tejiendo lealtades y favores que se cobrará en las horas bajas, hasta la desbandada final). Es la otra estrella del gabinete de Aznar. El carisma. El único que llama «Jose» al presidente. Pero no hay califa que no se cele de quien quiere ser el nuevo califa. Aznar cuenta que le ofreció la sucesión y que la rechazó dos veces (otro enigma). Sin embargo, al final opta por Rajoy, menos capaz de matar al padre. Además, Rato ha perdido sintonía con los Aznar-Botella por su divorcio y se enajena el frío de «Jose» al oponerse a la guerra de Irak.
Pero Aznar se porta. Mueve hilos con Bush y en junio de 2004 se le regala un destino único, director del FMI. El puesto internacional más relevante que ha disfrutado un español desde Solana. Rato afronta un mandato de cinco años, pero pasados tres tira la toalla, pretextando unas nunca aclaradas «razones personales». Se va en noviembre de 2007. Su legado no es especialmente memorable: no ha olido el cataclismo económico en ciernes, el gran crack. Rajoy todavía le regalará una tercera vida: Bankia. Allí se fragua el tercer enigma, el que hace añicos su aureola: preferentes, tarjetas opacas y una manipulación contable que aboca a España a pedir auxilio bancario a Europa.
El seductor de voz de barítono, el gran técnico –en realidad no tan erudito–, el príncipe de casi todo, el hombre que plantó una gloria bien remunerada para agarrarse al dinero a chorros en una huida inexplicable. ¿Qué le pasó? ¿Por qué jugó así sus cartas? ¿Era realmente un talento impar, o simplemente le tallaron un pedestal demasiado alto?