LLUVIA ÁCIDA
Côte basque 2014
Cualquier día Monedero dirá lo que quiero oír, y me escaparé con él como en la grupa de una moto
Juan Carlos Monedero tiene un aspecto sacerdotal. Hasta cuando en las tertulias se le aparece el Maligno y él pone una expresión impaciente pero compasiva, como si fuera consciente de que a Inda hay que perdonarlo porque no sabe lo que dice. En lugar de alzacuellos, pues son otros sus dogmas de fe, suele llevar ceñido al cuello un pañuelo rojo que lo mismo evoca la barricada que el santo degollado de los sanfermines. Hay un algo «boulevardier» en la estética de «foulards» y gabanes de Podemos, un remedo de Camus, sin colilla de Gauloises prendida en el labio, que terminará seduciendo a Hughes, inmune a lo tecnocrático.
En realidad, Monedero es más bien un misionero que se adentra en territorios que le son hostiles para proceder a la conversión de las almas, para las que, como ya sabemos, no hay otra salvación posible que la de Podemos. Esta capacidad ubicua de Monedero, que se trabaja personalmente cada conversión como si pudiera dedicar a eso todo el tiempo libre de que disponen los ministros que han hecho voto de castidad, es representativa de la naturaleza mutante de Podemos. El círculo de su avatar es como una ilustración del test de Rorschach: cada uno está invitado a ver en ello lo que desee ver. Redención los oprimidos. Venganza los enfadados. Socialdemocracia los socialdemócratas. Vegetales los veganos. Pureza los hartos de corrupción. Ningún principio, ninguna limitación ideológica puede comprimir a un movimiento que aspira a ser cambiante, adaptativo, para absorber el escenario entero como antaño consiguió hacerlo el peronismo, con su arco que va de los «cabecitas negras» a los burgueses de Recoleta. Eso supone un triunfo darwinista sobre IU, que no puede salir de su hábitat como no puede respirarse al Sol con branquias.
Cualquier día Monedero dirá lo que quiero oír, y me escaparé con él como en la grupa de una moto. Ya estuvo en algún restaurante del poder con Raúl del Pozo, quien seguro que se lo pasó bomba epatando al burgués con semejante compañía. Pero lo que de verdad revela que Podemos va a por todos es la misión de proselitismo que Monedero se ha ido a completar con la reina de las socialités del barrio de Salamanca, Carmen Lomana. Si la convierten a ella, entrarán en todos los salones, serán feroces, pero serán «It-Boys» que deberán figurar en la lista de invitados de las fiestas para hacer entre canapés el relato de su revolución como los Panteras Negras en el ático de Leonard Bernstein. Hay una fotografía, que tal vez debería haberme reservado para mi repaso semanal del corazón, en la que Lomana y Monedero aparecen alternando juntos a la puerta de una café que me ha recordado inmediatamente el excelente relato que le supuso a Truman Capote su exclusión de la vida social de Nueva York: «Côte Basque 1965». Cómo me habría gustado asistir a esa conversación en la que Monedero probablemente habrá ejercido de confesor utópico para aliviar a Lomana de la culpa por los golpes que la vida no le ha dado.