EL ÁNGULO OSCURO

Una película de Jaimito

El pequeño Nicolás esconde a un vivo en la tradición de nuestra picaresca, perito en truhanerías

Juan Manuel de Prada

Prosigue el culebrón del pequeño Nicolás, anacleto del CNI, conseguidor áulico y perejil de todas las salsas peperas. El pequeño Nicolás –y pido perdón si la frase parece un trabalenguas de Feliciano de Silva– tiene el encanto de esos impostores que se empecinan en ser algo que no son hasta acabar siéndolo de forma más auténtica de lo que lo habrían sido de serlo verdaderamente. Antaño, estos empecinamientos en la impostura solían terminar como el rosario de la aurora, a veces incluso en el cadalso, como le ocurrió a Gabriel Espinosa, el pastelero de Madrigal que pretendía ser el rey Sebastián de Portugal; pero aquello ocurría cuando el mundo era grave y trágico como un auto sacramental. Ahora vivimos en un mundo que apenas da para argumento de un tebeo o una astracanada; y un personaje como el pequeño Nicolás acaba en los platós de la televisión basura, que son el cadalso ful de un mundo sin tragedia.

Físicamente, el pequeño Nicolás tiene un aire entre cándido y salidín, como el chaval de las collejas de una película de Jaimito, que siempre acaba birlándole la protagonista maciza al valentón de turno, al que además deja en porreta en mitad de la calle. Bajo su fachada de pijo empanado, el pequeño Nicolás esconde a un vivo en la tradición de nuestra picaresca, perito en truhanerías y con una jeta de feldespato que le permite dosificar sus trolas entreveradas de medias verdades sin inmutarse, con arrebatador aplomo. El periodismo simplote se empeña en desmantelar esas trolas, pero es un empeño inútil, como ya se ha probado con otros impostores célebres, que fueron sometidos a mil y un interrogatorios y obligados a sortear sutiles trampas, sin que jamás dieran un paso en falso. Olvida este periodismo simplote que el impostor, cuando se decide a serlo, ha previsto todas las preguntas; y que cada nueva pregunta que se le formula, lejos de aclarar nada, lo enturbia todo mucho más, que es lo que al impostor, como al calamar, le favorece.

También le favorecen los burdos desmentidos de los personajones y personajillos que niegan conocerlo después de reunirse mil veces con él en las cervecerías de Serrano, crujientes de camisas de gambas. No sé si el pequeño Nicolás será un perturbado o un megalómano, como se dice; pero sé que ha aprendido al dedillo (o tal vez le fuese revelada mediante ciencia infusa) la lección primordial de la picaresca, que consiste en elegir como víctimas de sus truhanerías a truhanes probados. De este modo, el pícaro se asegura de que sus tretas no sean desenmascaradas, pues el truhán que ha sido engañado antes tendría que desvelar las suyas, buscándose la perdición. Con este sencillo y a la vez sofisticadísimo método, el pequeño Nicolás ha conseguido infiltrarse en los cenáculos del poder y mimetizarse con el medio, como un caradura más entre caraduras, un bellaco más entre bellacos, un cofrade más en la cofradía de la mangancia y la rapiña, que enseguida le ha brindado su confianza y le ha hecho un hueco en el comedero de las coimas y el tráfico de influencias.

Al mostrar esos cenáculos del poder como una mezcla de casa de tócame Roque y patio de Monipodio, el pequeño Nicolás nos ha revelado la sustancia más íntima del poder, que como ya sospechábamos no es sino una merendola de aprovechateguis. Su originalidad ha consistido en envolver esta revelación en un tono de intriguilla chistosa y descabellada, como de tebeo de Mortadelo y Filemón; aunque sospecho que no tardarán en salir episodios sicalípticos más propios de una astracanada o película de Jaimito. Vamos a divertirnos mucho viendo a más de un valentón en porreta.

Una película de Jaimito

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación