VIDAS EJEMPLARES
Venderse
A la famosa Marca España le queda todavía un trecho
A la famosa Marca España le queda todavía un trecho
ASOMBRA en el Reino Unido su efusiva relación con el alcohol. No es que en España seamos precisamente abstemios; la afición también se agarra sus buenas meriendas. Pero entre la gente adulta, el horario del bebercio parece más acotado y racional que en Inglaterra. No es normal en España comenzar a soplar a las once y media o doce de la mañana. Tampoco es muy común hacerlo en solitario, como un náufrago dipsomaníaco asido a un vaso de medio litro de cerveza. El bar español es un ágora social, de cháchara y tapeo, de camareros confesores, con cátedra cum laude en fútbol y derrotismo asegurado («tú hazme caso, Manolo, son todos unos mangantes»). Caminando por calles elegantes de Londres, se repite esta escena: dos amigas de gran porte, en el final de la veintena o la primera treintena, comparten en una terraza agradable, a las doce y pico de la mañana o a las cinco de la tarde, una botella de vino blanco, que reposa en una cubitera. Sin nada para entretener el estómago, se bajan a pelo el litro de vino mientras departen de sus cosas (y confesemos que muchas veces, viéndolas, ganas dan de pedirles sitio y sentarse a la vera de su brillo inaprensible). Ni siquiera las parejas de abuelos perdonan sus pintas, casi siempre con repetición, y los ejecutivos de la City salen de sus torres de cristal como contenedores de testosterona desbocados, lanzados a aplacar su estrés con medio colocón.
El alcohol empapa toda la vida británica. Se bebe hasta en el cine. En resumen, es una sociedad que tiene un problema. Pero desde luego afición no les falta y se lo toman muy profesionalmente. «The Times» publicó ayer sus 50 vinos tintos recomendados para esta Navidad. Para un español, la lista es deprimente: 22 caldos franceses, ocho italianos, cuatro australianos y solo tres españoles (un rioja, un jerez y un vino navarro). ¿Desmerece tanto el vino español del francés? No parece, y hasta me temo que como media es mejor que el italiano. En los supermercados, el aceite de oliva, el vinagre y el tomate en bote son casi siempre italianos, y han metido también hasta en la sopa su birra Peroni. Las naranjas suelen ser sudafricanas; las aceitunas, griegas; las anchoas, portuguesas; las bolsas de lechugas, francesas e italianas; los plátanos, caribeños. Los bólidos macarras que coleccionan los plutócratas árabes son italianos. Las boutiques de relumbrón, francesas e italianas. Todo esto en un país que tiene España como primer destino turístico y con 700.000 británicos viviendo en sus costas.
Las empresas españolas han logrado milagros impensables hace quince años. El Santander es el tercer banco del Reino Unido. Ferrovial gestiona Heathrow y AENA ha comprado Luton. Inditex compite en las mejores arterias. Telefónica pesa en el móvil con O2. Iberdrola ha hecho hueco en las renovables. Pero a la celebérrima Marca España le queda largo trecho. La diplomacia española tiene escasa vis comercial y hay mucho embajador decimonónico. Las empresas no siempre salen a venderse con la convicción debida. Falta hablar en clave de éxito, el chovinismo de pregonar que lo tuyo es lo mejor, aunque no lo sea. Si tú no crees en ti mismo es difícil que los demás lo hagan.
ASOMBRA en el Reino Unido su efusiva relación con el alcohol. No es que en España seamos precisamente abstemios; la afición también se agarra sus buenas meriendas. Pero entre la gente adulta, el horario del bebercio parece más acotado y racional que en Inglaterra. No es normal en España comenzar a soplar a las once y media o doce de la mañana. Tampoco es muy común hacerlo en solitario, como un náufrago dipsomaníaco asido a un vaso de medio litro de cerveza. El bar español es un ágora social, de cháchara y tapeo, de camareros confesores, con cátedra cum laude en fútbol y derrotismo asegurado («tú hazme caso, Manolo, son todos unos mangantes»). Caminando por calles elegantes de Londres, se repite esta escena: dos amigas de gran porte, en el final de la veintena o la primera treintena, comparten en una terraza agradable, a las doce y pico de la mañana o a las cinco de la tarde, una botella de vino blanco, que reposa en una cubitera. Sin nada para entretener el estómago, se bajan a pelo el litro de vino mientras departen de sus cosas (y confesemos que muchas veces, viéndolas, ganas dan de pedirles sitio y sentarse a la vera de su brillo inaprensible). Ni siquiera las parejas de abuelos perdonan sus pintas, casi siempre con repetición, y los ejecutivos de la City salen de sus torres de cristal como contenedores de testosterona desbocados, lanzados a aplacar su estrés con medio colocón.
El alcohol empapa toda la vida británica. Se bebe hasta en el cine. En resumen, es una sociedad que tiene un problema. Pero desde luego afición no les falta y se lo toman muy profesionalmente. «The Times» publicó ayer sus 50 vinos tintos recomendados para esta Navidad. Para un español, la lista es deprimente: 22 caldos franceses, ocho italianos, cuatro australianos y solo tres españoles (un rioja, un jerez y un vino navarro). ¿Desmerece tanto el vino español del francés? No parece, y hasta me temo que como media es mejor que el italiano. En los supermercados, el aceite de oliva, el vinagre y el tomate en bote son casi siempre italianos, y han metido también hasta en la sopa su birra Peroni. Las naranjas suelen ser sudafricanas; las aceitunas, griegas; las anchoas, portuguesas; las bolsas de lechugas, francesas e italianas; los plátanos, caribeños. Los bólidos macarras que coleccionan los plutócratas árabes son italianos. Las boutiques de relumbrón, francesas e italianas. Todo esto en un país que tiene España como primer destino turístico y con 700.000 británicos viviendo en sus costas.
Las empresas españolas han logrado milagros impensables hace quince años. El Santander es el tercer banco del Reino Unido. Ferrovial gestiona Heathrow y AENA ha comprado Luton. Inditex compite en las mejores arterias. Telefónica pesa en el móvil con O2. Iberdrola ha hecho hueco en las renovables. Pero a la celebérrima Marca España le queda largo trecho. La diplomacia española tiene escasa vis comercial y hay mucho embajador decimonónico. Las empresas no siempre salen a venderse con la convicción debida. Falta hablar en clave de éxito, el chovinismo de pregonar que lo tuyo es lo mejor, aunque no lo sea. Si tú no crees en ti mismo es difícil que los demás lo hagan.