HORIZONTE
País de pandereta
¿Qué ética cabe esperar del duopolio extranjero que domina la televisión en España?
El problema no es que existan los frikis. Siempre los hubo y nunca representaron una amenaza mayor. Formaban parte del paisaje cotidiano. Pero sí empieza a haber un problema cuando al friki, en lugar de llevarlo al frenopático, se le da la atalaya de una televisión o de un diario nacional. Si a ello añadimos que es entrevistado por periodistas habitualmente dedicados a la información política o a desentrañar graves o inexistentes escándalos –cada día tiene su afán–, se está ayudando a que el friki consiga su protagonismo –además de pagarle generosísimamente por los puntos de share que su intervención genera.
Los medios de comunicación tenemos la obligación de diferenciar entre información y entretenimiento. El receptor del mensaje debe poder identificar qué tipo de programa está viendo o qué tipo de texto está leyendo; si lo que se le ofrece es información o publicidad; si está patrocinado; si el que habla cobra por hacerlo; si se ha pactado con él qué se pregunta y cuándo se pregunta. La zafiedad que implica un tipo que dice que va a enseñar en su móvil un correo electrónico después de la publicidad sería desternillante si no fuese por las implicaciones éticas que tiene. Mas ¿qué ética cabe esperar en el duopolio televisivo extranjero que domina ese sector de la comunicación en España?
Y en prensa, quien presenta una entrevista a toda página en portada con grandes titulares está automáticamente avalando –al menos parcialmente– el contenido de la misma. Porque si todo lo que se dice fuera considerado basura no lo llevaría a portada. Cuando un domingo 30 de marzo se dedicó la portada a titular a toda página que «Suárez propuso al Rey revocar su dimisión un día después del 23-F» y se consagraban después seis páginas a que Pilar Urbano desarrollara su tesis de que el Rey fomentó el 23-F, se estaba dando credibilidad a ese disparate. Se estaba presentando como una información rigurosa y relevante. Exactamente lo mismo cabe decir de quien dedica una portada y cuatro páginas a lo largo de dos días a recoger las afirmaciones de un tarado seriamente necesitado de tratamiento profesional.
Pero, claro, los medios que hacen eso y avalan los disparates de un chico que con 20 años no ha conseguido acabar primero de carrera fuerzan a las instituciones del Estado –la Casa del Rey, la Presidencia del Gobierno, el CNI– a responder al demente. Porque lo que este decía no tendría relevancia si no fuera por la presentación que hacen de ello los que jalean el disparate. Quienes, sabiendo que es mentira, le dan credibilidad. Los mismos que presentan como bueno un correo electrónico de La Zarzuela que nada tiene que ver con los que envió la Casa del Rey o los que dan por bueno que el friki/«colaborador del CNI» sea incapaz a lo largo de dos horas de articular una frase con sujeto, verbo y predicado. Dicho sea, en su descargo, quizá por los desesperados intentos del «pagano» por ayudarle a no quedar acorralado. Somos un país de pandereta.