COSAS MÍAS

Amoral, timador y estrella mediática

El problema de ese interés por las estafas relevantes es que no se convierte, a continuación, en la ira hacia el sinvergüenza

Edurne Uriarte

No hace falta siquiera añadir el nombre propio. Todos sabemos de quién hablamos, de la nueva estrella mediática, Francisco Nicolás Gómez Iglesias. Un tipo acusado de utilizar el nombre de la Casa Real para intentar estafar a varias personas, entre otros al empresario Jorge Cosmen, uno de los primeros en alertar sobre sus correrías, de mentir sobre la vicepresidenta del Gobierno, de presentarse como un tal «marqués de Togores» en varias instituciones o como un cargo relevante de La Moncloa, de intentar engañar al CNI, de presentarse como miembro de ese organismo, etc. etc. La lista es inacabable, tanto como la absoluta falta de moral del personaje. Las evidencias sobre sus estafas o intentos de estafa, abrumadoras.

Y, sin embargo, he aquí a cientos de miles de españoles riendo las gracias a este tipo impresentable, nefasto, símbolo de los peores vicios sociales. Quizá esos españoles que le ríen sean los mismos que señalan en las encuestas la corrupción como uno de los principales problemas de nuestro país, que abominan de los políticos por sus mentiras y falta de ética, que exigen cambios radicales para acabar con la «degeneración», dicen, del sistema democrático.

Es posible que los seguidores del timador aleguen interés por sus montajes, por la importancia de los personajes engañados. Y es indudable que el caso es enormemente revelador de los mecanismos del engaño, de las implicaciones de una alta confianza social. Confianza imprescindible para el funcionamiento armónico de la sociedad, de la propia democracia, y, al mismo tiempo, esta estafa lo muestra, favorecedora de la carrera de los estafadores. Que basan sus logros en dos elementos, la confianza de la mayoría en los demás y su propia capacidad para la mentira.

El problema de ese interés por las estafas relevantes es que no se convierte, a continuación, en la ira hacia el sinvergüenza, en la reprobación radical de sus fechorías. Como sí ocurre cuando el estafador es un político. Como si las quiebras morales de la sociedad fueran menos graves que las de la política. Y es aquí cuando el granuja es convertido en estrella mediática y editorial. Sin que parezcan importar las consecuencias sociales del encumbramiento de este tipo de personajes, el mensaje de que hay delitos que llevan a la cárcel y otros al estrellato.

Y ahí llega la responsabilidad de los medios de comunicación. ¿Han pagado o van a pagar a este timador? Porque una cosa es que sus declaraciones tengan interés mediático, que lo tienen. Pero, si fueran retribuidas, baste pensar en las consecuencias de que un medio pagara a un político corrupto, por ejemplo, para relatar sus actos delictivos. ¿No sería una colaboración con el delincuente?

Se añade a lo anterior, además, la presión que ese estrellato ejerce en contra de las acciones legales de las víctimas del timador. ¿Denunciarle para ser pasto de los medios de comunicación? Por el momento, el empresario Sheldon Adelson es el único particular que anuncia medidas legales contra Gómez Iglesias. Adelson tiene decisión y personalidad para responder, dinero para hacerlo, y le da igual lo que ocurra en los medios españoles porque vive en Estados Unidos. Pero la sociedad española calla, y, aún más desolador, ríe. Y la guinda, a la hora de acabar este artículo, Pedro Sánchez, que da credibilidad al sinvergüenza y pide explicaciones. Es la última víctima del mangante Nicolás.

Amoral, timador y estrella mediática

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