VIDAS EJEMPLARES

El mapa de Dios

Se acaba de morir de tapadillo uno de los hombres más brillantes de mediados del siglo XX

Luis Ventoso

LAS matemáticas son esa ciencia que sostiene que lo más seguro para viajar en un avión es llevar una bomba en tu maleta, porque las posibilidades estadísticas de que haya dos en la misma nave tienden a cero. Los matemáticos, antaño dioses, constituyen hoy una logia discreta, pero en la que se siguen enrolando las mayores inteligencias. Algunos de los más estelares asombran con una abrupta llamarada de genio y luego sucumben a la excentricidad, la locura, o a un desprecio infantil por el mal llamado «mundo serio». Tal vez esté bien que así sea.

Srinivasa Ramanujan murió en 1920, con solo 32 años. Niño indio pobre y superdotado, se hizo matemático a su aire y dejó boquiabierto a Cambridge cuando envió una carta con sus cosillas. Es conocido su final. Agonizaba destrozado por la tuberculosis en un hospital de Londres cuando recibió la visita de su valedor inglés, el también matemático G.H. Hardy. «El taxi que me ha traído hasta aquí tenía un número bastante insípido, 1729», le comentó Hardy. Ramanujan lo corrigió desde el lecho: «Qué va, es un número muy interesante. Es el número entero positivo más pequeño que se puede expresar como la suma de dos cubos de dos maneras diferentes».

Se ha ido, a los 86 años, Alexander Grothendieck, para muchos el mayor matemático de la segunda mitad del siglo XX y un titán al nivel de Einstein. Había nacido en 1928, en Berlín. Hijo de dos expatriados judíos, un anarquista ruso y una periodista, vivió el mayor horror del siglo en primera persona: su padre murió en Auschwitz y él estuvo recluido con su madre en un campo de la repugnante Francia de Vichy. Cuando tenía 20 años, pasmados ante su brillo, los matemáticos Schwartz y Dieudonné le presentaron catorce de los mayores problemas pendientes animándolo a atacar uno de ellos. Grothendieck se fue y al cabo de unos meses regresó con los catorce resueltos. Pero en los setenta plantó su carrera y se transmutó en un alborotado activista político. Visitó Hanoi mientras caían las bombas americanas, se negó a recoger en Moscú la Medalla Fields, el Nobel de las Matemáticas, en protesta contra el régimen soviético. Luego se soltó el pelo y bailó en los límites de la cordura, hasta que en 1991 desapareció. Se rumoreaba que vivía como un anacoreta en su refugio del Pirineo francés, y allí ha muerto. Grothendieck, que en 1986 escribió un libro explicando que sus sueños lo convencieron de la existencia de Dios, pasó sus últimos días clamando contra el diablo.

«El otro día me preguntaron cuántos huevos hay en seis docenas y tuve que sacar la calculadora». Esta boutade se la soltó a un periodista, seguramente para sacárselo de encima, quien pasa por ser el hombre vivo más inteligente, el extraño Grigori Perelman, un judío ruso que vive con su madre en un piso humilde de su ciudad, San Petesburgo. Tras despejar la irresoluble Conjetura de Poincaré y rechazar premios millonarios por ello, Perelman abandonó las matemáticas en 2003. De chaval, para entretenerse en el recreo, ha contado que calculaba a qué velocidad tuvo que caminar Jesucristo en el Tiberíades para no hundirse.

Solo locos y niños conservan la limpieza que permite cartografiar el mapa de Dios.

El mapa de Dios

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