Lluvia áCIDA
El «reality» de Aguirre
Que esto se haya convertido en un prejuicio bien arraigado en la opinión pública era inevitable
La sucesión en la alcaldía de Collado-Villalba ha permitido a Esperanza Aguirre estrenar un curioso método de selección de candidatos que lo mismo recuerda un interrogatorio policial que al pelotón de periodistas inquisidores que en los programas del corazón arrancan confesiones de adulterio a personajes de baja estofa que cobran un caché a cambio de dejarse humillar. No voy a recomendar a Aguirre que apueste por la primera opción e incluya en próximas entrevistas elementos de atrezo tales como la lámpara de mesa empleada para cegar al presunto culpable o la combinación de mono naranja y grilletes tobilleros que podría dar a su «show» un aire reconocible de superproducción. Pero para la segunda opción dispone de expertos, desde Jesús Mariñas a Matamoros, que añadirían a la tenaz lucha contra la corrupción del PP de Madrid unos cuantos puntos de «share» nada desdeñables. Al guionista de televisión que fui se le ocurren más ideas para amenizar un proceso de purga preventiva que en su primera emisión resultó algo soso: pruebas físicas como las de «Humor amarillo», bailarinas para cuando haya receso, una trampilla debajo de la silla del candidato que diera a una rampa conectada con la cárcel de Estremera y que pudiera abrirse pulsando un botón cuando una respuesta no fuera satisfactoria. Pero como veo que Aguirre está creando el primer formato para un «reality» sobre la corrupción, no pienso decir nada más a menos que me contrate.
La candidata a alcaldesa se sometió al trámite tan amedrentada por la hostilidad telegénica de sus compañeros que será difícil restituirle una pátina de autoridad. Parece ya una imputada, negando acusaciones al instructor exactamente como lo hacen los imputados. A la humillación se agrega por tanto la sensación de que el PP de Madrid ha interiorizado una sospecha que en la actualidad gravita sobre la sociedad entera: que todo político es culpable por naturaleza. Y que por tanto ha de ser sometido a escarnio público porque sí, antes incluso de llegar al cargo. Que esto se haya convertido en un prejuicio bien arraigado en la opinión pública era inevitable, no sólo por el afloramiento de la corrupción, sino también porque la sociedad se ha acostumbrado a adjudicar a la clase política todas las faltas colectivas para así evitar el ejercicio de introspección. Sorprende más que Esperanza Aguirre comparta esa sospecha a pesar de que ningún instinto de alarma se le activó cuando a su alrededor, a modo de colaboradores íntimos, tuvo a gente pringada en diversas operaciones de la UCO. El paripé que ahora se ha inventado con la falsa esperanza de que un corrupto vocacional se derrumbe y confiese sus aviesas intenciones solo porque un «mandao» le haga una pregunta directa revela que la política profesional se siente atenazada por el rencor público y está dispuesta incluso a hacer el ridículo con tal de que parezca que se regenera. Acabaremos viendo cepos en las plazas.