POSTALES

Más vale tarde que nunca

Parecen haberse roto las compuertas y salen corruptos por todas partes

José María Carrascal

Tanto o más que un caso de corrupción política, las 51 detenciones hechas por la Guardia Civil en distintos lugares de España es una trama criminal. Se acusa a los implicados de hasta 15 delitos, como falsificación de documentos, adjudicaciones fraudulentas de obras o servicios, cobro de comisiones ilegales, blanqueo de dinero y asociación de malhechores. Habiendo entre ellos miembros de diversos partidos –especialmente del PP–, autoridades de diputaciones, autonomías y ayuntamientos, aparte de empresarios, que pagaban a los implicados las comisiones en cuentas en el extranjero. Un retrato al desnudo de la España que, como dijo aquel ministro, de Economía y Hacienda nada menos, era el país donde más fácilmente podía hacerse uno rico. Le faltó añadir «con tal de que tenga las conexiones necesarias», pero eso hubiera sido pedirle demasiado. O, sencillamente, no hiciera falta porque todos lo sabíamos, aunque nadie hiciese nada para evitarlo, puede porque nos sentíamos impotentes ante la situación, puede porque esperásemos que algún día nos tocase esa lotería. Ahora, finalmente, se empieza a hacer algo. Un poco tarde, pero más vale tarde que nunca, ya que la corrupción sistémica, como un virus, acaba devorando al propio sistema.

Una vez abierta la espita con los casos de Bárcenas, los ERE andaluces y de la familia Pujol, parecen haberse roto las compuertas y salen corruptos, perdón, «alegados corruptos», por todas partes, de todos los tipos, tamaños, colores y categorías, hasta el punto de que hay que empezar a temer que no haya jueces ni cárceles para tantos. Pues hay que advertir que es sólo la punta del iceberg, quedando sumergida las cuatro quintas partes de su masa.

Corrupción no es sólo meter la mano en las arcas públicas o cobrar comisiones por obras y servicios estatales. En su sentido más amplio, es conceder bienes comunes a personas privadas a través de cargos políticos. O sea, tan corrupto es quien se lleva una comisión por recalificar un terreno como el que mete a alguien en la nómina de un ayuntamiento, en el claustro de una universidad o en la conserjería de un ministerio por razones políticas o familiares en vez de por méritos. En todos esos casos se trata de una estafa al que podía hacerlo mejor, de malversación de dinero público y de fraude a la comunidad. Pero algo que en España se había convertido no sólo en habitual sino también en lógico. Y no lo es porque, de serlo, no estaríamos en una democracia, que se funda precisamente en el principio de la igualdad de oportunidades de todos los ciudadanos. Aunque ya advertía Montesquieu: «La corrupción en los gobiernos empieza por los principios». Unos principios que están hoy a la cola en España. Algo que no se arregla con broncas al grito de «¡Y tú, más!», como la tenida lugar ayer en el Senado, ante un país harto de falsedades y latrocinios.

Era hora más que sobrada de que apareciesen jueces y guardia civiles.

Más vale tarde que nunca

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