COSAS MÍAS
Autodestrucción
Tan importante como la lucha contra la corrupción es el tratamiento político y periodístico de la corrupción
La corrupción es una forma de autodestrucción de los partidos políticos, obviamente, pero el uso de la corrupción como un arma de lucha política lo es aún más. Por ejemplo, cuando el PSOE rompe el pacto anticorrupción con el PP, ayer, por una operación policial contra la corrupción en la que la mayoría de los detenidos y acusados están en la órbita del PP. En una decisión cínica, además de nefasta para los partidos tradicionales, dada la implicación de políticos socialistas, también, en la trama desmantelada.
Y antepongo el uso político de la corrupción a la corrupción misma porque no estamos ante un problema específico de los partidos o de la política. Aunque lo parezca en momentos de escándalos mayúsculos como el descubierto en las últimas horas. Es un problema de la naturaleza humana, como la delincuencia en general. Por lo que afecta de forma muy parecida a todas las ideologías y partidos. Y es proporcional al grado de poder, sencillamente, independientemente de quienes lo ocupen. Y, por supuesto, afecta de la misma manera a todas las clases sociales, y ni la clase trabajadora es pura, como soñaba la utopía comunista, ni los ricos roban menos, como ha supuesto parte del liberalismo. No hay más que repasar algunos de los nombres del escándalo de las tarjetas de Caja Madrid.
Y aunque todo lo anterior está avalado por los datos, parte de los efectos destructivos de la corrupción se debe a que muchos hacen caso omiso de esos datos. Comenzando por los propios partidos y siguiendo por los medios de comunicación. Los partidos tradicionales, porque se niegan una y otra vez a reconocer que la corrupción es proporcional al grado de poder y no a la ideología. Y los nuevos partidos, porque mienten a los ciudadanos sobre una pureza que solo está determinada por su falta de poder. Hay que sumar a los anteriores a una buena parte del periodismo que disfruta enormemente con el análisis de la corrupción de los políticos, pero corre un tupido velo sobre el que salpica a los propios medios. Como demuestran, por ejemplo, las escasas referencias al medio de comunicación acusado en el caso del supuesto dinero B del PP invertido en tal medio. O el nulo interés en la investigación de relaciones políticas y económicas sospechosas de algunos medios y periodistas.
Por todo ello, tan importante como la lucha contra la corrupción es el tratamiento político y periodístico de la corrupción. Para lo primero, es imprescindible ese pacto que el PSOE ahora rompe y que debe extenderse a todos los partidos con sentido de responsabilidad institucional, a no ser que quieran verse engullidos todos ellos por la ola de los populistas. Y que, además de medidas comunes contra los corruptos y por la transparencia, debería excluir tentaciones populistas como algunos planteamientos poco realistas sobre la financiación de los partidos. Y para lo segundo, es esencial una actitud responsable de los medios sobre la corrupción. Que no pretendan etiquetarla como un problema de los demás, de los partidos, frente a la supuesta inocencia de analistas y observadores.
Cualquier otra actitud es un espaldarazo más al ascenso del populismo que se tragará primero a sus más directos adversarios, a los que ayer rompieron el pacto. Y horrorizará después a ese periodismo que solo ve inmoralidad en la política y que, por supuesto, no va a ponerse a gobernar. Lo hará el populismo.