HORIZONTE

Ejecución pública y sumarísima

A la plebe le excita este tipo de melodrama y la masa jamás emite jucios pausados, razonados, justos

Ramón Pérez-Maura

UNA de las ironías del escándalo de las «tarjetas negras» de Caja Madrid es ver cómo creía que era opaco ese dinero alguno que antes y desde Hacienda había estado investigando los gastos de todos los españoles. Quizá esta conmoción generalizada sirva también para hacer ver a la ciudadanía que todo lo que paga con su tarjeta de crédito bancaria es un información que está al alcance no sólo de Hacienda, sino del empleado con el que usted trata cada vez que pasa por su sucursal.

Yo no he tenido jamás ninguna tarjeta cuyo saldo no abonase íntegramente yo. Y procuro ser lo más parco posible en el uso de las que disfruto. Prefiero retirar dinero en efectivo de mi sucursal o del cajero porque, desde mi libertad, no creo que nadie a quien yo no quiera decírselo tenga que saber si la hamburguesa que me gusta es la de McDonald’s o la de Horcher. Ese es mi ámbito de privacidad. El caso de las «tarjetas negras» nos muestra hasta qué punto sus usuarios las creían opacas. Podían hacer todo tipo de cargos contra ellas porque, por la propia naturaleza de ese «plástico», nadie iba a ver sus movimientos.

Dicho eso, también es cierto que quien haya filtrado los movimientos de esas tarjetas –¿Bankia?, ¿Frob?, ¿Hacienda?, ¿Economía?– ha perpetrado una de las mayores agresiones al derecho a la vida privada de la Historia de España. Si los más de ochenta beneficiarios recibieron un dinero al que no tenían derecho, reclámeseles; si no tributaron a Hacienda, múlteseles. Pero hacer un escándalo de cuánto se gastaban en el supermercado, en restaurantes o en lugares donde nadie quiere ser visto no es más que una forma de ejecución pública y sumarísima sin derecho a defensa ante un tribunal. A la plebe le excita este tipo de melodrama y la masa jamás emite juicios pausados, razonados, justos.

Interlocutores relevantes del Partido Popular apuntan a cómo –por causas muy diferentes– han ido cayendo todos aquellos cabezas de corriente que hubo en el PP: de Gallardón a Esperanza, pasando ahora por Rato. Y Rodrigo Rato fue el que llegó a acumular a su alrededor a un mayor número de seguidores. En las últimas horas he podido presenciar un encendido alegato en defensa de Rato, realizado por un alto cargo del partido con responsabilidades ejecutivas muy relevantes en la actualidad. Los que están orgullosos de seguir llamándose amigos de Rato y de ser sus defensores creen que este es una víctima. Y lo explican con vehemencia. Y recuerdan los servicios prestados por Rato a España desde la vicepresidencia del Gobierno durante ocho años. Y yo no creo que nadie pueda discutir eso. Baste recordar que era difícil encontrar a alguien en Europa que creyese que España podía estar entre los países fundadores del euro. Pero eso no es un baluarte con el que defenderte en este caso. Y si creen que este golpe viene desde las filas de sus compañeros de partido, harían bien en orientar mejor sus miradas.

Tras Blesa y Rato llegó a la presidencia de Bankia un hombre de la escuela de Francisco González, José Ignacio Goirigolzarri. González deshizo la copresidencia del BBVA que mantenía con Emilio Ybarra sacando a relucir unas cuentas en Jersey que se abrieron cuando Ybarra tenía dos años de edad. Emilio Ybarra fue laminado. En el subsiguiente proceso judicial Ybarra salió limpio de polvo y paja. Pero ya no hacía falta ni pedirle perdón. Estaba amortizado. Y quienes acababan de llegar estaban libres de toda atadura del pasado.

Ejecución pública y sumarísima

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