Mucho se ha hablado en estos días a cerca de La familia, o de los valores de la familia; hay quienes incluso han llegado a afirmar que la pérdida de estos «valores» suponen un problema para la sociedad; como si los valores de lo que se ha dado en llamar familia tradicional constituyeran por sí solos un bálsamo para las heridas de la humanidad.
Con la reciente visita del Papa, y los mensajes que se han dado en este sentido, siento decir que la Iglesia como institución ha dado muestras de una intolerancia más propia de fanáticos y de quienes se arrogan en exclusividad el mensaje de Cristo, que de quienes verdaderamente han de dar ejemplo de bondad, humildad y pobreza. Como cristiana he sentido verdadera vergüenza ajena ante tal descomunal despliegue de ostentación, derroche de medios y falta de compromiso real en los mensajes. Nada nuevo puesto que la Iglesia parece estar cada día más alejada de la sociedad, de la realidad y de lo que verdaderamente hace sufrir a mujeres y hombres. Han sido esos valores tradicionales de la familia heterosexual indisoluble los que han condenado a muchas mujeres a convivir con un maltratador, la frase «hasta que la muerte os separe» o «lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre» ha supuesto una auténtica condena de terror para muchas mujeres; el llamado «deber conyugal» ha ninguneado y humillado a las mujeres supeditándola a los deseos de los esposos sin capacidad de decisión propia. El rosario de despropósitos que la Iglesia ha tenido hacia las mujeres a lo largo de la historia ha sido tan descomunal que merecemos de manera colectiva que se nos pida perdón: herejes, brujas, pecadoras, portadoras del mal... cualquier excusa para ocultar y reprimir la sabiduría que nos une a la naturaleza como portadoras de vida. No creo que haya ninguna mujer, creyente o no, que quiera para su hija los valores que encierra la familia tradicional que defiende Benedicto XVI.
Los únicos y verdaderos lazos que a mi entender deben unir y formar una familia han de estar basados en el amor, el respeto y la comunicación. Que yo sepa nadie es poseedor en exclusiva de estos valores, mucho menos están reñidos con el hecho de que la familia sea monoparental, biparental, heterosexual u homosexual.
Vivimos una época de crisis y revisionismo de valores tradicionales, también de los principios dogmáticos en los que se ha basado la Iglesia-Institución. Es una excelente oportunidad para crecer, para cambiar a mejor, para adaptarse una realidad ineludible e inevitable. Imposible poner puertas al campo, tampoco al AMOR.