Supongo que no es necesario incidir en un detalle que, a estas alturas, habrán observado. De hecho, lo notarán porque hace calor, se suda más; el cerco en las camisas se hace apreciable y, en definitiva, el cuerpo pide agua fresquita, nos obliga a sentarnos para descansar bajo algún árbol -lastima que sólo haya palmeras que de sombra están tiesas- y, a la postre, igualmente nos invita a dormitar la siesta con esa desgana que invade al llegar la época estival.
Efectivamente, el verano está aquí, y con él, la desazón de cientos de turistas que semanalmente nos visitan, en busca de los atractivos que tiene nuestro querido Jerez.
Dos son las principales quejas que repiten nuestros visitantes. La primera es que en verano, especialmente los fines de semana, no hay un bar abierto en el centro donde tomarse una copa y una buena tapita. No voy a incidir más en ese tema, pero supongo que la hostelería jerezana está perdiendo una importante cantidad de ingresos, en beneficio de los cientos de negocios que jalonan las costas cercanas, donde acaban yendo a parar nuestro turismo.
El otro gran problema es que, sin poderse tomar una copa, tampoco hay nada que visitar. Nuestros principales monumentos -léase las notables Iglesias jerezanas- permanecen cerrados fuera de las horas en que se están celebrando cultos.
Lo triste es que, con el panorama de Iglesias que tenemos en Jerez, pronto todas estarán cerradas, incluso en horarios de misas, y a las pruebas me remito: Santiago cerrado; San Dionisio en obras; San Miguel parcialmente abierta; San Mateo en permanente reforma, y así, sucesivamente, nuestros templos irán cerrando sus puertas.
No hace falta ser un lince para comprender que, mantener en buen estado un templo de varios siglos de antigüedad, resulta muy caro. Si es la pobrecita calle Larga, cuyo adoquinado no tiene ni seis años, y ya pide a gritos una reforma, ya me dirán lo que supone una construcción del siglo XV, con más de 500 años a sus espaldas.
Pero si a ello añadimos que los templos están cerrados, salvo en horas de atención a fieles, y estos no resultan muy rentables, la cosa prácticamente es insalvable.
La solución -al menos una de ellas-, pasa por la apertura de las Iglesias durante varias horas al día, acotando zonas para cuya visita haya que pasar por taquilla, pagando una entrada baratita que el turista de turno seguro abonará a gusto, pues sabe que tal dinero irá en beneficio de la mejora del templo que se dispone a visitar.
La idea no es nueva aunque comprendo que no se estila por esta zona, pero si pasean un poco la geografía española, enseguida comprenderán que lo que les digo no es ninguna maldad, ni supone atentado alguno al Clero.
Hay cientos de Iglesias en todo el país, cuyos patrimonios se conservan en museos abiertos al público, previo paso por taquilla. Si no lo creen, visiten la Catedral de Burgos, la de León o la modernista Almudena en Madrid. Los templos están abiertos y pueden verse libremente, pero, si desean conocer sus interioridades y tesoros, no hay más remedio que dejarse caer.
De esta forma logramos dos objetivos: uno, que el importante patrimonio que las Autoridades Eclesiásticas guardan, pueda ser disfrutado por el común de los mortales. Otro, que a cambio, la Iglesia obtenga ingresos extras con los que ir haciendo frente a las obras de mantenimiento que necesita.
No se trata de sangrar al «guiri», pero tampoco de permitir que entre dimes y diretes, nuestros templos lleven meses cerrados al culto, cayéndose a trozos, y Dios quiera que no venga una lluvia torrencial o un terremoto, pues lamentaría terriblemente perder templos tan señeros, como San Miguel o Santiago.
Así que señores encargados del patrimonio, sin corte alguno y sin ningún tipo de remordimientos, abran los templos al turista, cóbrenles una entrada -están acostumbrados por las Iglesias del resto del país, e incluso por los principales templos europeos- y, con ese dinerillo, por ejemplo, podrán ir tapando las goteras de San Miguel, o las rajas de los muros de Santiago, pues si tienen que esperar a que nuestras autoridades autonómicas se pongan a ello, pronto tendremos que bautizar nuestros niños en el río Guadalete.