Es lunes por la mañana para quien esto escribe. Un lunes que no es como los demás lunes, he desayunado muy bien y muy temprano. No me levanté con la sensación de lunes que uno padece los lunes, estar a miles de kilómetros de distancia de casa tiene estas cosas, te da otra perspectiva, menos cerrada, más alegre. Mi editora debe estar ya nerviosa pensando que esta columna no llegará. La prueba de que llegó es que ahora la estás leyendo.
Dejé atrás una lista enorme de cosas pendientes por hacer a la vuelta. Nada más llegar a casa la tiraré a la papelera. La cambiaré por otra, llena de detalles importantes sin importancia. Comer mejor, por ejemplo. No ir a la playa hasta que se hayan ido todos los veraneantes. Devolverle el microondas a Cristina. Ver a Eva. Escribir. Escribir. Escribir. Hacerme con la obra completa de Stefano Benni. No leer mala literatura ni artículos de prensa mal escritos. No tolerar la banalidad. Limpiar el armario de ropa vieja y no comprar a cambio nada de ropa nueva. Evitar perder más el tiempo con las frivolidades propias de la profesión periodística y negarme a reir las gracias de los muy graciosos. Ver a Eva. Comprar el As y ponerme al día de los fichajes del Barça. Todas esas cosas que pensamos un lunes de vacaciones a miles de kilómetros de casa. Y que no se me olvide decir que debo ver a Eva.
Descubro en este ciber café de Cuzco, Perú, que equivoqué la libreta y en lugar de la de notas periodísticas traje la del diario de viaje personal. Abrir una libreta equivocada es, como dice mi amigo Lolo, como abrir un melón, te puede salir bueno o malo. A mí me sale una anotación de ayer, cuando estuve en Machu Picchu: «La belleza de la vida, la magia del hombre vivo». Y se me viene a la cabeza Cortazar, y parafraseando al gran argentino: «Machu Picchu es un hombre sintiendo la fuerza de Machu Picchu».
Aún no encontré ningún jerezano, mejor así. Cansado de escuchar retahílas de políticos petimetres sin más amplitud de miras que lograr el favor y los votos de una asociación de vecinos, estar en un lugar donde el índice de pobreza sólo es comparable al índice de amabilidad y gentileza de sus habitantes me hace darme cuenta de lo poco que sabemos del mundo que habitamos. Lástima que todo se haya de olvidar al regreso, bastan unos días inmerso en la rutina para dar al traste con todo lo ganado. A la vuelta veré a Eva, si quiere. Al menos eso estará bien.
Todo empezará de viejo cuando regrese. Como el Mundial, que siempre parece el mismo. Me quedo con el cabezazo de Zidane, digna despedida para el calvo marsellés.
(Mientras tanto, en Palestina, Irak y tantos otros sitios los asesinos continúan con su masacre planificada y en los chiringuitos corre el tinto de verano y se asan sardinas. Hay gente pá tó)