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Martes, 11 de julio de 2006
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OPINIÓN
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El pastor no fue político
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Lo que Benedicto XVI quería decirle al Gobierno español se lo expuso hace ya unas semanas, y pormenorizadamente, al embajador nombrado por Zapatero para representar a España ante el Estado Vaticano. En la presentación de sus cartas credenciales, Francisco Paco Vázquez escuchó del Papa el desagrado que una serie de decisiones del Gobierno socialista había producido a la Santa Sede. Ese desagrado coincidía con el de la jerarquía episcopal española, que se había manifestado públicamente, desde la calle incluso, contra ciertos aspectos de la política gubernamental. Pero la visita de Ratzinger a Valencia ha sido de carácter eminentemente pastoral, y no político, aunque las recomendaciones y consejos de un Papa suelan tener a menudo ciertas derivaciones políticas, dado el peso espiritual de la Iglesia en tantos países con numerosa población católica. Las terminales espirituales de la diplomacia vaticana ejercen, además, notoria influencia sociopolítica allí donde se extienden. Se entiende, así, que nuestras jerarquías eclesiales, excepto las catalanas y alguna otra al margen del núcleo más conservador del Episcopado, hayan podido sentir alguna leve decepción por el hecho de que el Papa no haya fustigado al Gobierno de Zapatero, del que discrepan en infinidad de cuestiones, desde la enseñanza de religión al aborto express, desde el matrimonio entre personas del mismo sexo al laicismo rampante de que hace gala ZP. Más decepcionado podría sentirse el PP, tras haber visto cómo Ratzinger intentaba reducir en Valencia mediante gestos y palabras, el distanciamiento entre el Gobierno y el Vaticano. La dirección popular, a la que su think tank Faes suministra ideas abundantes, reeditando incluso las más acreditadas de Aznar, no se encontraba falta de recursos ideológicos cuando al despuntar esta legislatura pareció convertirse en el brazo político de la Iglesia, como la CEDA de otros tiempos. Pero más que una iniciativa alambicada, esa actitud de acercamiento del PP a las tesis eclesiales venía a reflejar un reencuentro con tesis afines, y frente al mismo adversario. El núcleo llamado duro de los obispos, en torno al cardenal Rouco Varela, se consideraría en ciertos momentos autorizado a imponer sus criterios a los que supuestamente defendería el presidente electo de la Conferencia Episcopal, el discretísimo monseñor Blázquez, así como la dirección del PP, desde su autosuficiencia estratégica y doctrinal, no parece admitir la menor disensión no ya en sus propias filas sino en cualquier localidad que aparezca en el mapa. De ahí que pueda sentirse en los dos ambientes, político y religioso, que el Papa no les ha proporcionado en su visita combustible para seguir atacando a un Gobierno al que consideran detestable. Y si algunas decepciones serían más o menos comprensibles, la satisfacción espiritual que ha producido en la fraternidad cristiana la actitud pastoral de Benedicto XVI en Valencia podría calificarse de admirable fruto evangélico, ese fruto que emana de los Evangelios cuando ninguna obstrucción política interfiere su mensaje, que no es otro que el de Jesús de Nazaret.

Pero ello no significa que los obispos vayan a replegarse a sus púlpitos, pues el mismo Papa reconoce su derecho a movilizarse como ciudadanos, ni que el PP vaya a aplacar su oposición y deje de alegar supuestos principios morales para entorpecer todo diálogo con pecadores filoetarras. De momento, el PP vasco va a presentar su anunciada querella/denuncia contra dos socialistas, Rodolfo Ares y Patxi López, por haberse reunido con ilegalizados batasunos. Bien es verdad que los dos querellados pretendían convertir a sus interlocutores a la democracia, que es paz y no violencia.



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