Vaya por delante, antes de que alguien me lo eche en cara, que no soy quién para adentrarme en disquisiciones sobre un organismo y sobre un mundo del que, tal vez por voluntad propia o tal vez por imposiciones externas, estoy absolutamente alejado.
Pero como quiera que, para mi sorpresa, nadie ha dicho ni pío sobre el particular y como quiera que, por más tiempo que pase, sigue habiendo rescoldos donde antes hubo fuego, no va a ser servidor quien se quede con las ganas de opinar sobre el particular.
La cuestión es la siguiente: en los próximos meses se han de celebrar elecciones a la Presidencia del Consejo Directivo de la Unión de Hermandades, y hete aquí que la única candidatura presentada hasta el momento, y al parecer mayoritariamente avalada por los hermanos mayores -aunque aval no es sinónimo de voto-, ha sido la de Manuel Muñoz Natera.
Mi vinculación con la Unión de Hermandades se remonta a los tiempos del recordado Juan Huertas y del entrañable José Luis Ferrer. Desde entonces, han ocupado tan digno cargo personas cuya mesura, talante e independencia las hacían adecuadas al mismo: Manuel Piñero, Paco Garrido, Lete, Fernando Fernández-Gao
Y es que, para dirigir un mundo tan habitualmente convulso y tan propicio para segundas intenciones como es el de las hermandades, hace falta eso: prudencia, mano izquierda, independencia. Manuel Muñoz Natera, a quien le profeso cariño, tiene indudablemente sus virtudes: es decidido, impetuoso, capaz.
Pero, a mi juicio, ni es la prudencia una de las potencias que lo adornan, ni tiene independencia política, y a sus habituales presencias en campaña electoral portando pegatina y cámara de fotos me remito. Y no sólo no tiene independencia, sino que tiene una dependencia extrema en diferentes órdenes que, por conocidos, ni detallo.
Hoy en día, en el panorama cofrade, se me ocurren, así a vuelapluma, nombres diversos para ocupar tan honrosa dedicación: Pepe Castaño, Miguel Monge, José Luis Zarzana, José Luis Sánchez, Manolo Serrano, Juan Mateos, Vicente Prieto y un larguísimo etcétera.
Ante tantísimas posibilidades como existen, me parecería craso error convertir al Consejo de la Unión de Hermandades en un apéndice de quien Vdes. ya saben. Dicho queda y hagan Vdes. lo que les plazca.