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Domingo, 9 de julio de 2006
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TOROS
FERIA DE SAN FERMÍN
Susto de Uceda en Pamplona Emoción y peligro por un toro descolgado
Susto de Uceda en Pamplona Emoción y peligro por un toro descolgado
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FERIA DE PAMPLONA
Seis toros de Dolores Aguirre: de gran cuajo, muy ofensivos, altos de agujas, con mucha plaza. Corrida de muy desigual empleo en el caballo, lidiada a la defensiva y deslucida en conjunto.

La falta de fijeza y un repetido intento de huirse fueron notas negativas. La movilidad y la presencia, las positivas. Fue buen toro el primero, de noble estilo.

Uceda Leal, vuelta al ruedo y

silencio.

Dávila Miura: silencio y

silencio tras un aviso.

Fernando Robleño, silencio en los dos.

Cuarta de feria. Lleno. Veraniego.

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La corrida de Dolores Aguirre sacó el cuajo de siempre o más, pero sólo dio un toro notable. El primero de corrida. Casi 600 kilos, pero repartidos equilibradamente. Volumen descomunal, cuerna abierta. Muy ofensivo el toro, que se medio descaró y emplazó de salida. Al posarse en la misma boca de riego, su es-tampa de toro desafiante creció dos palmos. Friote, algo abanto, tardó en arrancarse en serio. Tardaron mucho en llegarle. Un puyazo corrido, fue al caballo en la segunda puesta y, al relance y en el segundo viaje, una vara en toda regla, larga, muy sangrada. Picaba Manolo Mazo. No suele temblarle el pulso. Aunque hubo quien protestó que el puyazo fuera tan largo, a la hora del balance resultó solución providencial.

Apretó el toro sin ahogarse, se sangró hasta la pezuña y vino a quedarse bastante suave. Desentumecido y descolgado, rompió en pesante tranco de medio galope, fue pronto en banderillas, se iba algo suelto pero volvía contrario. Fue, en conducta general, un toro muy clásico en el encaste Atanasio. Una punta de brusquedad, pero el toro humilló, atendió al toque, metió la cara y repitió con codicia.

Uceda Leal vio lo que había delante antes de ponerse. A todos sorprendió con una apertura temeraria: un molinete de rodillas dibujado sobre el primer viaje del toro a la querencia. Reclamado para el segundo de serie, el toro se vino en viaje más forzado y menos controlado, Uceda siguió de rodillas, pero en el embroque se le metió el toro por la mano izquierda y lo empaló por la ingle.

El susto fue extraordinario. En el suelo buscó el toro a Uceda y lo volvió a empalar y sacudir, se lo echó a los lomos y lo bañó con la sangre que por lomo y costillar había esparcido como un reguero el duro puyazo de Manolo Mazo.

La elegante taleguilla de seda albaricoque estaba rota en dos sietes a la altura de ingle y bragueta, Uceda parecía conmocionado. Culera y entrepierna estaban teñidas de sangre.

Se pensó en una cornada grave. Fue excelente el quite de toda la gente -Bermejo, Campano, Eduardo Dávila- y el toro soltó la presa para atender a reclamos y capotes. Apoyado en la barrera, Uceda se refrescó y repuso. No tardó en volver al toro. Algo nervioso, y quién no, pero tan convencido como antes. Sólo que en mejor terreno: le tapó al toro su natural querencia de toriles. Y ahora, le puso la muleta por delante y lo trajo embarcado y tapado, por delante. Respondió el toro con templado viaje. Una tanda buena, jaleada, emotiva. Y otra igual enseguida. Perdió pie Uceda Leal en un tropezón pero no hizo por él esta vez el toro. Antes de que llegara al quite la gente, ya estaba Uceda en el cacho otra vez. No llegó a encenderserle del todo la lámpara de las grandes ideas, pero Uceda supo aguantarle al toro dos pruebas y otras tantas miradas.

Todo fue por la mano derecha, salvo una tanda menor por la izquierda. El toro se empleó por ese lado sin gana ni recorrido. Antes de cambiar la espada, Uceda se bebió un buen buchito de agua. Todo el mundo tenía la garganta seca. Después, Uceda tomó una decisión no fácil de entender: atacar en la suerte contraria y salir por el terreno en que más pesaba el toro. Un pinchazo.

El segundo ataque fue idéntico y entonces sí cobró una estocada de bella factura, inapelable. No de la categoría de otra que cobró en el cuarto toro para tumbarlo sin piedad ni pena. Ese cuarto, que derribó en varas pero salió zumbado del derribo y el coleo, se frenó distraído, mugió y se defendió. Ni un duro por él. Salvo esta estocada extraordinaria.

Epílogo de capotes

Lo más brillante del resto de corrida lo hicieron con el capote Fernando Robleño, firme y templado en el recibo del sexto, y Álvaro Montes, banderillero de la cuadrilla de Dávila Miura. La manera de sujetar y adormecer los arreones del quinto de corrida en banderillas, y antes y después, dejaron ver en el joven Montes un capotero de mucha calidad.

Eduardo Dávila anduvo desconfiado con sus dos toros: un segundo sin ninguna fijeza y andarín, y un quinto ababosado, apagado, mansote. Robleño hizo esfuerzo y gasto con un tercero blando de mucho dolerse que pegó trallazos a final de embroque. Repitió sin mejor suerte con el sexto. Un toro cinqueño que por la mañana se descolgó del encierro y sembrado cierto pánico. Los toros de la ganadería sevillana de Dolores Aguirre protagonizaron ayer una carrera emocionante y peligrosa en el segundo encierro de los Sanfermines, especialmente por un toro burraco que quedó descolgado de sus hermanos y corrió en solitario, embistiendo a algunos corredores. Pese al riesgo, no hubo que lamentar heridos de consideración.



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