www.acadaunolosuyo.bitacoras.com Ante la debacle total en la que se ha convertido la educación de los hijos (en lo cultural y en lo moral, en lo estatal y en lo familiar), y debido a mi amplia experiencia en el tema, me permito opinar al respecto e incluso hacer algunas recomendaciones; tengo cero hijos, pero eso es lo de menos: los de mis amigos, enemigos, familiares, vecinos, conocidos y desconocidos son más que suficientes para proveerme de un conocimiento valiosísimo, no tanto sobre lo que se debe hacer, como sobre lo que de ninguna manera se debería hacer. Dos son, a mi entender, los fallos más clamorosos de los papis actuales: Esperar demasiado para empezar a educar a los retoños, y tratar de evitarles a toda costa cualquier frustración, por pequeña que sea.
Igual que se ha de guiar a una plantita desde que asoma sus tiernas hojillas por la tierra si se pretende que crezca derecha y se convierta en un recio árbol, así hay que empezar la educación de los niños: desde el minuto inmediatamente posterior al parto. Esperar a que sea «un poquito mayor» es comprar todas las papeletas para que el árbol salga torcido, porque los críos engañan y dan coba desde que nacen, y nos comerán más terreno cuanto más terreno les cedamos. No se trata de que aprendan a multiplicar con tres semanas, ni de que conozcan la diferencia entre el bien y el mal con dos años, sino de guiarlos con firmeza desde el primer momento por el camino que han de recorrer. El niño ha de saber que le apoyamos y le amamos, pero que él no manda.
En cuanto a la segunda cuestión, los padres deberían entender que su misión para con los hijos no es evitarles todo sufrimiento, sino prepararlos de la mejor manera posible para enfrentarse al continuo problema que es la vida. Protegerlos en exceso los hace débiles, cuando no inútiles, porque con la excusa de que no sufran innecesariamente, se les mantiene ajenos a cualquier norma, a toda disciplina, al sentido común, y al aprendizaje básico de la vida, que es cometer errores y extraer lecciones de ellos. Me da pena que las madres de hoy no paren de repetir «pobrecito mi niño» cada vez que sus hijos padecen alguna contrariedad, porque realmente están insultando a millones de pequeñuelos de este mundo que se conformarían con vivir la centésima parte de bien que los nuestros. Claro que algunas de esas madres sufren de lo que se podría llamar «hipermadritrofia», un desarrollo excesivo de las funciones maternales que hace que se sientan culpables si osan dedicar un momento de su vida a algo que no sea la prole; y ello, inevitablemente, conlleva su propia frustración oculta, la criminalización del padre si es que intenta tener un resquicio de vida más allá de la de sus hijos, y la sobreprotección idiotizante de los mismos. En fin, un mal negocio se mire por donde se mire. Sé que mis amigos me esperan agazapados como depredadores para vengarse cuando sea yo el que tenga que educar a un pequeño cabroncete. Creen que se reirán de mí, pero se equivocan; sin duda, demostraré mis teorías: el sentido común, la biología y la historia de 10.000 generaciones están de mi parte.