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Sábado, 1 de julio de 2006
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Hay varias etapas que marcan la vida. Los dieciocho años, asociados a la mayoría de edad en derechos y en deberes, suponen quizá el mayor cambio. En cualquier documento ya apareces como don o doña, puedes votar, sacarte el carné de conducir, y normalmente comienza la Universidad.

Mil alumnos de Jerez conocen desde el miércoles los resultados que han obtenido en la temida Selectividad y se disponen a preinscribirse en alguna carrera universitaria después de haber superado el curso más complicado de su formación escolar. En este punto cruzan los dedos esperando acceder a la titulación que solicitan con la media total que han logrado y, sobre todo, no haberse equivocado en la elección de carrera. Hoy de todas formas la vocación tiene menos peso que antes, por la selección inicial que el propio sistema educativo establece con las notas de acceso a las distintas carreras y porque los jóvenes tienen más en cuenta las salidas laborales de los estudios que se ofertan y les gustan.

El caso es que después de desear durante todo el curso acabar Bachillerato y Selectividad para exprimir el verano, estos meses acaban siendo otra locura. Pendientes de las listas de admisión para luego poder formalizar la matrícula en la carrera que les hayan asignado, julio se pasa en un suspiro, sin que puedan hacer planes más allá de unos pocos días. Luego viene lo de buscar piso si estudian fuera, que puede convertirse en una tortura de días o semanas. Total que el ansiado verano de la mayoría de edad se esfuma entre clases de conducir, demanda de vivienda y papeleo.

Y es que los dieciocho años tienen mucho de literatura pero también mucho de miedo e incertidumbre. De la noche a la mañana, estos chicos que en pocas semanas serán universitarios se enfrentarán a entenderse solos con sus estudios y sus profesores y a administrar la asignación semanal o mensual que reciban y que les llegue hasta la próxima, y más si estudian fuera de su ciudad, y en general a dificultades más propias de la siguiente etapa de adultos que les tocará vivir dentro de unos años que de la que dejaron en Bachillerato hace unos días. Salvo a Hacienda, a la que no tendrán que rendir tributos hasta que trabajen, la sociedad les pedirá cuentas ya como a adultos.

Donald Sutherland, magnífico actor de raza, dijo en una ocasión que nuestra vida está al revés. Que debería empezar por la muerte, seguir después por los malos años de la vejez en los que la soledad es tu principal compañera, para pasar luego por los de extrema responsabilidad que impone la madurez y ya con los recursos que te ha dado la vida laboral, llegar a la época universitaria. Entonces, se decía, sí que la íbamos a disfrutar de verdad.

Con dificultades y todo, quién no volvería a su vida universitaria. Es la etapa donde la mente se mantiene más abierta y expectante, donde se forjan las amistades que te acompañarán siempre y donde, para qué negarlo, se pasan unos años geniales. Y finalizado este homenaje bien podríamos concluir nuestra existencia como seguía deseando Sutherland. El actor refería que después de esos años inolvidables de la juventud pasaríamos a ser niños donde todo es diversión y juego y por último entraríamos en el confortable vientre de nuestra madre, antes de terminar nuestros días en la fiesta montada por el espermatozoide y el óvulo de nuestros padres. Cómo para no apuntarse al cambio.



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