Mal ha empezado el Presidente del Gobierno esta nueva etapa del despropósito. Su comparecencia, fiel en las fechas al límite de los terroristas anunciado en el diario Gara, ha pasado por encima de los tres requisitos previos que nos anunció Doña María Teresa hace poco: no ha comparecido en el Parlamento (lo del Parlamento en sentido amplio es ya una constatación del absoluto convencimiento de algunos políticos de que toda la ciudadanía es imbécil, de que los juristas también lo son y de que lo que aprendimos los estudiantes de derecho sobre los criterios interpretativos ha sido superado por el gran hermeneuta Zapatero, que seguramente no habrá leído ni a Gadamer ni a Esser). Tampoco se ha producido la comparecencia en la Comisión de Secretos Oficiales, ni se ha convocado el Pacto Antiterrorista. Encima se nos dice que la no convocatoria del Pacto tiene que ser entendida «en aras del consenso». ¿Con quién?. Evidentemente con «los otros» (o sea, el entramado Eta-Batasuna que es el que tiene al Presidente cautivo por los h .. (con perdón). Pero si entramos en el contenido de lo dicho, peor todavía, porque tenemos la sensación de que Zapatero está convencido de pasar a la historia por conseguir la cuadratura del círculo. Transcribo casi textualmente algo de lo expresado en la comparecencia: El gobierno respetará las decisiones que los ciudadanos vascos adopten libremente (¿hay libertad real cuando tanta población civil vive amenazada, con su foto en los pasquines y escolta permanente?). Pero ese compromiso tiene a su vez un marco de acción: el determinado por el respeto a las normas legales (la indisoluble unidad de España consagrada en la Constitución no es compatible con la autodeterminación), por los métodos democráticos (la extorsión a empresarios vascos, la lucha callejera y la violencia psicológica tampoco casan muy bien con la democracia metodológica), por los derechos y libertades (se le olvidó decir para todos, no sólo para algunos), y por la ausencia de todo tipo de violencia y coacción. Como es fácil colegir que ninguno de esos requisitos se cumple en la actualidad en las Vascongadas, ni se cumpliría en medio de una consulta soberanista, puede llegarse a la conclusión de que la hipotética decisión de los ciudadanos vascos estaría viciada de raíz. Estoy convencido de que Zapatero lo sabe, y si no lo sabe, o no lo quiere saber, estamos ante un inconsciente de grado superlativo, o lo que es peor, ante un peligro político para cualquier convivencia que merezca este nombre. Si encima se añaden como coletillas finales el compromiso del Gobierno con los valores, principios y reglas de la Constitución del 78 y lo de colmar el anhelo de paz y reconocimiento a la memoria, al honor y a la dignidad de las víctimas del terrorismo, la comparecencia raya ya en el más absoluto de los esperpentos escenificados por el Gobierno.
Aquí sólo tenemos dos opciones: o el Presidente es consciente de que toda su propuesta de diálogo es un intento vano, frente a la pretensión etarra de que «EuskalHerria pueda recuperar su territorialidad y la responsabilidad plena sobre su soberanía», pero vive anclado en la utopía, o busca que le den el Nóbel de la Paz, o bien está mintiendo en alguna de las partes de este programa de paz que el jueves se presentó. Si piensa que Eta va a renunciar a la autodeterminación está soñando. Y aunque renunciase, ¿qué garantías tenemos de la verdad de la palabra de unos terroristas?. Ignoro lo que hay en la mente de Zapatero. Pero me pregunto algo que me tiene inquieto. ¿Cómo contempla el Rey, símbolo de la unidad y permanencia del Estado, todo este proceso? Sería deseable que el arbitrio y la moderación de las instituciones desde las altas magistraturas ofreciera alguna vez algún síntoma de sano atrevimiento.