No andamos muy sobrados de poder mental, pa qué negarlo. Si cuarenta millones de españoles (descontamos del último recuento demográfico a los siesos, los nacionalistas, los anarquistas y los posturitas de la contracorriente) no consiguieron que Torres o Joaquín rentabilizaran un balón rebotado de un rebote, por ejemplo, gracias a su cuestionable capacidad de influir en la providencia celestial, es difícil que los cuatro gatos que leen esta columna (dos de ellos a sueldo), forzaran al destino a cambiar sus designios inexorables. Los hados, que son unos cachondos impenitentes, se partieron de risa con nuestra plegaria colectiva, y optaron por intervenir con lo que en lenguaje esotérico se llama «sodomía numeral». O sea, que salió el 55. No el 53, ni el 51, ni el 82. No: salió el 55. Los dos cincos. El repremio. La fatalidad me ha liberado pues de la deuda contraída por escrito, y mañana domingo no habré de disfrazarme de antropoide para hacer el macaco por el Arenal. (Aquí hondo suspiro resignado).
Termino mi triste y comprometido articulito aclaratorio de este sábado de transición con un anexo de agradecimientos: gracias a la Rapela por querer sacarme de mi pobreza existencial, al Hipercor por proveerme de las velas naranjas, al indio de la Plaza de Abastos por el romero y el laurel, al Santoral Cristiano en su conjunto, desde San Judas Tadeo a San Emeterio; a Buda, por su paciencia; a Shiva, por echar una de sus ocho manos; a Alá, a Ugeuzt, a Ra, a Endunga. Gracias a todos. Este año no salió el 52, pero podemos ya ir rogando para el que viene. La esperanza y las hemorroides son lo último que se pierden.