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Viernes, 30 de junio de 2006
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Euforia
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Y mira que se veía venir. No sé a cuántos habrá sorprendido el fracaso futbolístico porque el desenlace mundialista estaba cantado, no precisamente por el Koala y su birria de canción. Ya es malo el temita de este muchacho pero anda que el himno de la selección. Con ese himno cómo pensaban ir a ninguna parte. Además, también lo había pronosticado una empresa, esos grandes almacenes que están por doquier y que regalaban las compras «si España gana el Mundial». Creo recordar que esta estrategia comercial se repite cada vez que hay algún campeonato futbolero internacional. Está claro que es una apuesta sobre seguro. Está más que estudiado que, con el potencial futbolístico de la selección nacional, debe haber una posibilidad entre cien o quizá mil de que se llegue a ganar algo alguna vez.

Hace unos días un amigo me decía que el fútbol es la única cosa que une a los españoles. Puede que tenga razón. Aparece un sentimiento nacional, un espíritu unitario y eso me parece muy bien. El balompié es, sin duda alguna, el deporte nacional y arrastra a las masas. Pocos escapan a la atracción pelotera. Y pocos han podido obviar la euforia mil veces transmitida y difundida por los medios de comunicación desde el comienzo del mundial. Confieso que no soy un gran aficionado pero me encuentro entre los cazados por el espíritu nacional y me emociono con los colores y los triunfos de mis compatriotas.

Bastó el primer partido, sorprendente, ante una discutible potencia futbolística, para que un periódico deportivo titulase «A que ganamos el mundial». Sólo un encuentro y ya se desata la euforia, se desborda la ilusión, nos comemos el mundo. Toda la prensa se deja llevar por esa estela emocionada. Interesa porque la emoción vende más ejemplares. Interesa porque el éxito vende más que el fracaso. Además dos nuevas televisiones estaban encantadas con las expectativas mundialistas. Un triunfo de la selección también suponía una victoria para estos canales recién nacidos y por tanto minoritarios.

Con ese ambiente optimista y muy positivo, que está muy bien, los valientes se enfrentan a los gabachos. Vuelve el sentimiento nacional. ¿Vamos a darle caña a esos franceses! Y ellos más que caña nos dieron un barril muy amargo. Yo lo siento sobre todo por los chavales y seguidores que echan a llorar desconsolados exteriorizando su desencanto. Eso es lo más triste de todo esto, la frustración de la gente, la decepción de los aficionados que tenían la esperanza de disfrutar con un equipo ganador.

No es para tanto. No es más que un deporte, aunque un deporte sobrevalorado en todos los sentidos. Es desorbitada la expectación que provocan los jugadores, los partidos y los torneos. Y son estratosféricas las cifras que se mueven en el fútbol que ya es más negocio que deporte, porque los clubes ya son sociedades anónimas a menudo dirigidas por empresarios de éxito.

Pero no es para tanto. Aunque creo que sería bueno no idolatrar a los jugadores como se suele hacer. Ni a los de fútbol ni a los de cualquier disciplina deportiva. Son sólo deportistas profesionales y nada más. En el caso de los futbolistas es una pena que se les rinda esa pleitesía, esa ciega admiración, sobre todo cuando fracasan estrepitosamente.

Posiblemente el entrenador dimita después del fracaso. Posiblemente la selección se clasifique para una nueva fase final europea y mundial. Y posiblemente la euforia vuelva a aparecer en este país. Pero sería mejor tener fresca la memoria y no dejarse llevar por el optimismo. A menos, claro está, que los grandes almacenes cambien su estrategia comercial. Esa sería la mejor señal de que España podría ganar un mundial.



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