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Martes, 27 de junio de 2006
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SOMOS DOSCIENTOS MIL
Lo siento, he sucumbido...
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Les prometo que llevo semanas intentando evitar el tema. Los que me conocen saben bien que lo he intentado todo: acupuntura, hipnosis, regresión, yoga, terapias de relajación..., incluso he acudido a especialistas en psiquiatría. Cualquier cosa, por olvidar aquellas declaraciones donde se culpaba del deterioro de la solería de la calle Larga al hecho de que es la vía más transitada de toda Europa.

No terminaba de explicarme por qué calles como Les Champs-Elysées en París, Stephansplatz, donde se asienta la catedral de San Esteban en Viena, o Via Condotti en Roma, no tenían que ser enlosadas semana sí, semana no. Y ello sin olvidar que, incluso aquí en España, no veía operarios municipales constantemente cambiando el suelo a la calle Sierpes en Sevilla, o a la calle Preciados de Madrid.

Pero bueno, cuando las múltiples terapias hicieron efecto y mi mente había arrinconado para siempre, en cualquier lugar de mi corteza cerebral, aquellas declaraciones, de nuevo viene una rueda de prensa y erre que erre, vuelve a cargar sobre la calle Larga, explicando que los jerezanos estábamos tan ansiosos de que fuera peatonal, que cuando se inauguró nos lanzamos como posesos a pisotearla por doquier, con el único ánimo de partir lozas, destrozar granitos y hacer añicos el mármol de nuestra céntrica vía.

Así que vuelta a empezar. Vuelta a recorrer los centros de medicina china, los psicólogos y psiquiatras más prestigiosos de la zona y nada. Incluso en una farmacia afín al PP encontré unos parches de «pachequinitina», cuyo uso prolongado me prometieron eficaz. Me aseguraron que se estaban haciendo tan habituales, que ya eran producto de venta universal, sin receta, en farmacias de los más variados signos políticos.

Pero ya era inevitable, mi grado de ansiedad era tal que el fantasma de la calle Larga se había vuelto a instalar en el punto de mira de mi cerebro y, como quien no quiere la cosa, al sentarme al teclado del ordenador para dar forma al artículo de hoy martes, mis dedos -en brutal lucha contra mi más férrea voluntad- comenzaron a escribir sobre tan distinguida y deteriorada vía.

Al ciudadano le gusta que el político sea honrado. Habría bastado un «nos equivocamos al elegir el material» o, si quiere culpar a otro, un simple «la empresa suministradora nos trajo un suelo de menor dureza de la solicitada». Cualquier excusa habría bastado.

Pero salir por peteneras, primero diciendo que es la calle más transitada de Europa, para afirmar días después que los ciudadanos nos lanzamos a su destrucción masiva, que, más que personas, parecíamos las armas del tal Sadam Hussein...

Le prometo que los jerezanos ignorábamos que la calle Larga era tan delicada. Habrían bastado unos carteles de advertencia, como los de los estadios de atletismo, señalando que sólo se podía pasear en zapatillas de deporte, pues a la vista de los resultados, está claro que el suelo que se instaló en la calle Larga es más delicado que una pista de tartam.

Y ahora vienen las preguntas del millón: ¿Tan difícil resulta reconocer el error? ¿Tan bochornoso es comparecer ante la opinión pública y admitir que el material elegido no era adecuado? ¿No había otra manera de justificar el fallo que no fuera elucubrando respuestas imposibles, o culpando al ciudadano de la autoría del lamentable deterioro que padece nuestra principal arteria?

No voy a negar que peatonalizar la calle Larga, que tantos detractores tuvo, ha sido un gran acierto. A Jerez le hacía falta una calle céntrica de convivencia, un lugar de paseo, una zona por la que podernos dar una vueltecita. Pero, créame, ni la calle Larga es la más transitada de Europa, ni los jerezanos somos tan cabrones como para utilizar zapatos con punteras de hierro e ir partiendo lozas por dicha vía.

Repliegue las alas y reconozca el error. No es ni siquiera necesario que nadie dimita, ni que sea sometido en público a garrote vil. Arregle de una vez la calle y procure que, esta vez, el material sea el adecuado, pues prometo seguir paseando por calle Larga con el mismo garbo al pisar, que el que hasta ahora he venido utilizando.



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