Ese mató aquí a más gente que el hambre», fue la respuesta que obtuvo un compañero periodista al preguntar en el pueblo de origen de alguien recientemente fallecido y a quien se han dedicado muchas letras en la prensa provincial. No viene al caso dar nombres, que cada uno debe saber de qué lado está, y de chico me enseñaron que es de mala educación hablar mal de los muertos (y de peor educación es matar a los vivos). En estos tiempos que padecemos una de las últimas modas es conmemorar todo aquello que se ponga por delante. No parece buena idea pasarse toda la vida dándole vueltas al pasado, loando los méritos (y ocultando los deméritos, cuando no los crímenes) de quienes dejaron su huella antes que nosotros, pero cada cual es bien libre (no como cuando mandaban otros, no hace tanto) de recordar a su gusto y manera. El problema viene cuando esos festejos recordatorios (cenas, artículos periodísticos, reediciones de obras literarias sin más valor que haber sido escritas por los vencedores) pretenden imponer visiones ajenas a la realidad. Los hechos son muy tozudos, y las tumbas a veces se abren y los muertos hablan más de lo que algunos desearían.
«No hay olvido», dice Luis Cernuda. Y no lo puede haber. No se puede olvidar la negación de los más elementales derechos, como la vida, durante casi 40 años, como no se pueden olvidar las causas ni los promotores del sangriento golpe de estado, ni las causas y los promotores del posterior apaño que dio lugar al régimen en el que ahora sobrevivimos. «Déjalo ya, que eso pasó hace mucho». ¿Mucho? Pasó y nunca se dijo la verdad, que es la única justicia a la que aspiran los vencidos. No es rencor, no son ganas de señalar a quien ya no se puede defender, es simple investigación histórica. Y también es molestia por tener que conmemorar sólo algunas efemérides, y otras relegarlas «donde habita el olvido».
La época que vivieron los que ahora poco a poco se van marchando afortunadamente ya se acabó, así que no es de recibo que ahora nos vengan algunos con reivindicaciones y melancolías mal disimuladas. Y como magníficamente explica el periodista Pepe Landi «el hecho de que hubiera gestos caritativos en aquellos días no hace olvidar que la beneficencia es un pésimo alivio para la injusticia». Respetemos el dolor y el recuerdo de familiares y allegados, entristezcámonos por la pérdida de alguien (la parca es así de igualitaria), pero no nos comportemos como si el Alzheimer hubiera hecho mella en todos nosotros y aquí no hubiera pasado nada.
Si alguien tiene dudas sobre lo que pasó, recomiendo vívamente un repaso a un reportaje publicado en este mismo periodico hace dos días. En él, tres personas que sufrieron la persecución arbitraria y la tortura sólo por defender unas ideas relatan sin rencor pero con memoria cómo se las gastaban por aquel entonces muchos de los que hoy son aplaudidos. No olvidemos que un régimen de terror requiere de chivatos y delatores para mantenerse, no bastaba con el ejercicio monopolístico del terror legal, la presión social (vecinos, jefes, compañeros, etc) fue fundamental en el mantenimiento del franquismo. Que cada uno recuerde de qué lado estaba. Pero que lo recuerde todo, no sólo una selección de estampas en romántico blanco y negro.