Después de 40 años, Cádiz volvió a sentir el latir torero, como corazón enterrado en el olvido y la injusticia. Un latir que parecía no tener oídos que lo escucharan, y que por fin parece volver a respirar con aires toreros. Lo cierto es que no se termina de entender cómo, quién y cuándo tuvieron la nefasta idea de dejar a esta ciudad hermana sin su plaza de toros. La última corrida de toros, antes de la del domingo pasado, fue en aquel Corpus de 1966, lejano en el tiempo pero cerca en el corazón de los aficionados, cuando Curro Romero, Rafael de Paula y Andrés Vázquez lidiaron una corrida de Villamarta en una tarde de éxito.
Precisamente ese sentimiento de sobrevivir al tiempo es uno de los grandes misterios del toreo. Volver a ver a estos tres maestros reunidos para apoyar la iniciativa de una nueva plaza en Cádiz es todo un lujo para la vista y una sensible caricia para el recuerdo. El maestro Vázquez comentó con luz en sus ojos y entusiasmo desbordante ese milagro artístico al recordar una faena cumbre de Rafael de Paula en Gijón, a finales de los 60, a un toro de María Teresa Oliveira, curiosamente con el mismo cartel: Romero, Paula y Vázquez. Lo que me impresiona en estos casos es la manera en la que lo contó Vázquez. Parecía que estaba viendo el vuelo de su capote, la quintaesencia de su media verónica, el desgarro quebrado de su cintura con la muleta, ese arrastrar a más no poder la roja muleta por el albero, y esa irrepetible expresión ancestral de Rafael de Paula que rodea a todo lo realizado y no realizado.
Y es que lo que se queda grabado en la retina de los ojos no se olvida, al menos para aquellos que saben ser sensibles al arte. También recordó la gran faena de Curro Romero esa misma tarde en Gijón, y cómo se sentía él mismo al notar que la afición sólo se volvía loca con Paula y con Curro, y su orgullo torero le torturaba de rabia y se tenía que venir arriba para triunfar al lado de los dos faraones. Durante la comida del pasado domingo, Paula tuvo afectivos gestos de admiración hacia Andrés Vázquez, asegurando que Andrés había sido un buen torero, y que él lo testimoniaba, sentenciando como un Séneca gitano.
La corrida después fue un éxito, con las variopintas y excéntricas expresiones del Cordobés, Conde y Canales Rivera. Cádiz, por historia y afición, debe tener plaza de toros, se lo merece, aunque sólo sea para observar con bella inocencia la presencia en alguna barrera de Curro Romero, Rafael de Paula y Andrés Vázquez, esos que nos traen recuerdos inmortales y latidos toreros que nunca morirán.