Entre las jornadas mundiales que tienen lugar al cabo del año con más carga simbólica que otra cosa, la de hoy, Día Mundial contra la Droga, se ha salido en esta ocasión de ese formalismo rutinario gracias a que su institución auspiciadora, Naciones Unidas, la ha acompañado del interesante Informe sobre las Drogas, referido a 2005. El organismo supranacional, aunque bautice cada 26 de junio con cierto eufemismo como Día Internacional contra el Uso Indebido y el Tráfico Ilícito de Drogas, en esta ocasión no se ha conformado con estadísticas sobre tipos y consumos de estupefacientes. El análisis exhaustivo de las cifras de producción de cada clase de droga y del volumen de negocio que generan, configura una dimensión más real de esta amenaza a la salud y a la vida.
El combate contra la droga y su poder destructivo ha de poner énfasis en la persecución de sus redes económicas y financieras, o resultará inútil. El estudio de la ONU calcula que sólo el mercado minorista de la droga asciende a 322.000 millones de dólares anuales, una cantidad que no alcanzan el PIB del 90% de los países del planeta. Solamente ese dato basta para entender la capacidad, la fuerza y los recursos de los que dispone esa red criminal. Es ésta una consideración que no resulta nueva, pero a la que se resisten ciertos gobiernos, bien por ser de países productores, bien por ser rehenes de la corrupción sobre la que opera el narcotráfico. No en vano el director de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito sostiene que la producción y el tráfico de drogas ilícitas obedecen sustancialmente, si no exclusivamente, a motivos económicos. Si aquella cifra de decenas de miles de millones de dólares facturados por el menudeo puede impresionar, lo verdaderamente dramático es que semejantes caudales salen de los bolsillos de los consumidores particulares, desatándose así la espiral drogadicción-delincuencia para obtener dinero. Y ello en un mercado sin controles, donde sólo impera la ley de la selva, con cifras de negocio para todas las sustancias, pues si el mercado de cocaína mueve 70.000 millones de dólares y algo menos los opiáceos, el de los derivados del cannabis puede superar los 110.000 millones. Cifras y caudales que, pese a su reprobable origen, en su mayor parte terminan pasando por circuitos financieros legales, que es donde debe arreciar su persecución.