La otra noche, mientras andaba yo tecleando en el periódico, comencé a escuchar pitidos de coches, jolgorio y mucha fiesta. Por un momento pensé en el Xerez y en el ascenso, y aunque mis conocimientos futboleros son escasos pronto volví a la realidad. No podía ser por eso.
Me asomé a la ventana y vi como la euforia mundialista y por la selección española se había desatado en las calles. Ahí también me paré a pensar... ¿habríamos pasado ya de la fatídica barrera de cuartos? Pero un rápido vistazo al calendario me volvió a sacar del error. Entonces, si sólo estábamos en la primera fase... ¿qué narices estábamos celebrando?
Reconozco que tal vez una sea un bicho raro, pero la pasión del Mundial no ha tocado a mi puerta. Miento, no me ha tocado a mí, porque en casa tengo a un responsable y atareado estudiante de oposiciones que sin embargo estos días se está volviendo loco por no poder ver partidos tan relevantes como un Irán-Angola a las cuatro de la tarde y que no sólo se hace planillos de estudio fuera de toda lógica para no perderse lo mejor de las grandes potencias futbolísticas, sino que prefiere irse a estudiar a cualquier biblioteca abarrotada y en la que hace tiempo que se superaron los 40 grados a la sombra con tal de evitar la tentación de encender la tele.
Mientras, yo me aprovecho de lo vacías que se quedan las calles y las tiendas a la hora de los partidos, aprovecho para irme al cine sin colas, bajo a la piscina sin aglomeraciones -donde hasta el socorrista se desentiende de mí mientras escucha una pequeña radio- y buceo en internet a la caza de mis soñadas entradas para ver a Pearl Jam en Barcelona con la seguridad de que el servidor no se me quedará colgado. ¿Que dure la racha de España!