Menos mal que los expertos que cada año publican los nombres de los hombres más ricos del mundo no están obligados a explicar cómo obtuvieron sus datos. Porque si tuvieran que revelarlos estarían en la cárcel. Por muy públicos que sean los registros mercantiles y los de la propiedad; por fácil que sea el acceso a los listados de accionistas; por automática que pueda ser la valoración de activos mobiliarios o inmobiliarios, la probabilidad de que alguno de esos estudios se aproxime a la realidad es prácticamente nula. Pero a la gente le encanta saber quienes son los elegidos por la fortuna. Y, así, las listas de Forbes y Fortune que revelan los nombres, apellidos y circunstancias personales de los miembros del club de los más millonarios encuentran un hueco en todos los periódicos del mundo. Con menor morbo, pero no con menor impunidad, se elabora cada año el Informe sobre la riqueza en el mundo, que no cita a personas ni calcula fortunas sino que trata de medir el enriquecimiento de los habitantes en los diferentes países.
Ayer se ha sabido que el número de nuevos ricos españoles aumentó el 5,7% en 2005 gracias a las ganancias en Bolsa y la revalorización del patrimonio inmobiliario, sin contar la vivienda propia. Es el segundo crecimiento más alto de la zona euro después de Austria, con lo que España se coloca entre los diez países con mayor número de grandes fortunas. El informe, realizado por Merrill Lynch y la consultora Capgemini asegura que el número de ricos españoles alcanza las 148.600 personas.
Y ahora viene lo bueno. Porque hace sólo unos días, la Agencia Tributaria ha revelado que, según las declaraciones de la Renta presentadas en 2004, en el selecto club de los millonarios españoles sólo hay 24.000 miembros que tengan 1,5 millones de euros o más de patrimonio y tan sólo 65 declaran que poseen más de 30 millones de euros. Ya digo, algunos calculadores deberían estar en la cárcel. Unos por calumnia, otros por fraude.