A simple vista parecía un día normal en el pueblo. Todos los comercios estaban abiertos, los colegios encaraban una jornada académica más y algunos bañistas se adelantaban al verano bajando a la playa de Regla con sus sombrillas. El único elemento diferenciador, con respecto a otros días, lo representaban los bares, donde muchos chipioneros se agolpaban en masa para ver la televisión; y la única floristería del pueblo que, con más trabajo que de costumbre, se afanaba por preparar los numerosos ramos encargados por los vecinos. El gradual goteo de los distintos medios de comunicación en un pueblo poco acostumbrado a los grandes sucesos recordaba que Rocío Jurado había fallecido.
Al mismo tiempo que el viento de levante hacía su aparición, decenas de chipioneros acudían sin cesar a la zona cero del acontecimiento, la puerta 59 de la avenida de Regla, la casa donde residía la cantante que llevó a Chipiona por bandera. Desde las 11.30 de la mañana, como si de una peregrinación se tratase, los periodistas se disputaban a todos los curiosos y allegados que se acercaban a la cita con el recuerdo. Primos, amigas de la infancia, empleados del hogar, todo el que tuvo algún trato con La más grande se dejaba ver en su casa porque cuando se muere una parte que nos sueña, se muere una parte de todos.
«Era como mi madre, la conocí cuando era un crío y ella cantaba en el campo de fútbol en la Fiesta del Moscatel. Cada vez que le hacía falta algo en Chipiona me llamaba a mí. La última vez que la ví fue el 8 de septiembre, estaba mal pero muy animada. Hasta última hora no se le ha visto abatida», comentaba Primitivo Romero, el responsable del mantenimiento del patio exterior de la casa de Rocío Jurado. Para el encargado de adecentar la vivienda de la más grande, el día de ayer fue «diferente, regué las flores como cada día pero sabiendo que una persona que ha significado tanto para mí, nos ha dejado». Mientras todos los medios de comunicación desembarcaban e instalaban sus unidades móviles cerca del Santuario de Regla, cada asociación de vecinos, cada estamento de la población, tributaba su particular homenaje a la artista. La Guardería Inma la honró con unos trabajos improvisados, realizados por los niños, que aludían al amor que éstos sentían hacia su paisana. Cabe recordar la estrecha y mágica relación que tenía la chipionera con los más pequeños por los que sentía especial predilección.
Seguimiento
El fuerte viento que azotó a la localidad costera unido a un sofocante calor, motivó que los ciudadanos se fraccionaran. Mu-chos, seguían la última hora del sepelio a través del televisor, conscientes de que todavía a Chipiona no le tocaba el turno en cuanto a cobertura se trataba, en esos instantes, el epicentro informativo estaba en la capital de España. Otros, se resistían a abandonar el domicilio de la cantante a sabiendas de que estaban ante un acontecimiento único. «Esto va a suponer un antes y un después en la vida de Chipiona, ya lo verás», explicaba un vecino a la vez que depositaba un ramo de claveles rojos.
Y con el transcurrir de los minutos, aumentó la tensión: poco a poco se acercaba el momento de que Rocío Jurado regresara a su tierra para quedarse definitivamente. Un lugar iluminado por un ser que, según Rafael Alberti, «es el faro que nunca se apaga».