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Domingo, 18 de junio de 2006
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A por ellos, oé oé oé
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Gooool, gooool, gooool de España! Las ondas herzianas siguen repitiendo como un eco interminable el canto de los cronistas deportivos del Mundial de fútbol de Alemania. Es normal que ocurriera el día D, más aún dada la apoteosis goleadora en que se convirtió el estreno de la selección nacional española ante Ucrania. Pero es que las emisoras de radio y de televisión venían anunciando sus ofertas desde muchos días antes, con recurso a archivos sonoros donde la estrella era, cómo no, el canto desgañitado de los goles. Si a uno le pillaba, un poner, en mitad de un zaping radiofónico en la radio del coche, el sobresalto podía ser de órdago y llevarle a la terrible confusión de creer que la epopeya ya estaba ocurriendo al margen de nuestra percepción espacio-temporal y de nuestra sospechosa indiferencia emocional.

Casi todo lo que sucede en torno al Mundial está marcado por el exceso, no sé si más en el fondo que en la forma. Para comenzar en cuanto a los aspectos formales del lenguaje narrativo dominante en radio y televisión. ¿Es mera deformación profesional fijarse en eso? Varias cartas publicadas en prensa me han liberado de esa carga y me llevan a reivindicar la vuelta a los códigos básicos de la expresión audiovisual. Con argumentos diversos, coinciden esos lectores en su añoranza del sosegado estilo de José Ángel de la Casa en las clásicas retransmisiones futbolísticas de TVE. ¿Qué sentido tiene que las cadenas que retransmiten el Mundial -La Sexta y Cuatro- tengan como comentaristas principales de los partidos a locutores vociferantes al más puro y rancio estilo de la radiodifusión latinoamericana de hace medio siglo? Quisiera que alguien me explicara por qué gritan tanto y a qué viene esa prosopopeya redundante para contarnos a voz en grito lo que estamos viendo en las pantallas de nuestros televisores. Por cierto, que ni siquiera puede usarse ya como excusa lo de la pequeña pantalla, porque quien más quien menos ha aprovechado lo de Alemania para pasarse al pantallón de plasma, incluso con derroche sonoro de home cinema. Lo cual hace todavía más chirriante el anacrónico estilo de los mentados vendedores de peines. Tenía la vana ilusión de que superada la era García el periodismo deportivo nacional fuese recuperando los rudimentos de un oficio donde lo primero es informar de la manera más sustantiva y veraz, proveyendo así a los usuarios de la radio y la televisión del material necesario para que cada uno se forme su propia opinión. Pues no. El grito sigue campando en las ondas, aderezado de las más peregrinas expresiones «filosóficas» acerca del llamado -escuela cínica- deporte rey.

Siendo tan irritantes estos excesos formales, a mi entender resultan infinitamente más nocivos los de fondo. En particular la línea interpretativa que ha llevado a algunos rotativos y a no pocos egregios columnistas a editorializar acerca del valor patriótico de la euforia futbolera. La ecuación desprende el agrio perfume del discurso nacionalsindicalista elaborado en tiempos de Franco con el famoso gol de Zarra ante Rusia. Ideologizar el fútbol buscando incidir en la tensión política actual entre Gobierno y oposición acerca del fin de la violencia etarra o del referéndum sobre el Estatuto de Cataluña es confundir deliberadamente la velocidad con el tocino. A tal fin, los eufóricos más beligerantes, los nuevos ideólogos de la furia nacional de las pelotas, cuentan con una pieza de irrepetible riqueza literaria y musical: el «A por ellos, oé, oé, oé» eternizado en el vídeo de Aragonés y sus seleccionados. Nuestro himno nacional huérfano de letra ha encontrado al fin la fuente en que inspirarse. A por ello, valientes.



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