Lo de conciliar me parece maravilloso, pero no será nada fácil eso de llegar a un concilio entre el derecho del vecino «al descanso» y el del joven «que desea divertirse al aire libre». El problema del botellón (por mucho que Irene Canca, responsable del área de Participación y Atención Ciudadana, evite vocalizar el palabro) tiene difícil solución. Al menos no parece fácil que se logre «conciliar». Sí es posible que se logre imponer, como ha ocurrido de Despeñaperros hacia arriba, donde dictatorialmente se ha implantado la ley seca peatonal.

Dejando de lado el problema del imberbe riñón dañado (lo que es la salud lo dejaremos para otro día), resulta obvio que se trata de un fenómeno tan molesto para los vecinos que lo sufren, como económico y divertido para los jóvenes que lo disfrutan. No parece solución eso de limitar una zona para que se monte la fiesta. Este bicho que aparece en forma de botella embolsada es espontáneo, de difícil estudio y complicado de intuir. Basta para que el Consistorio habilite un botellódromo, para que el rebelde de diecisiete años decida marcharse al lado contrario.

Aquí los técnicos municipales lo tienen tan complicado como facilitar alcohol a bajo precio, baños gratuitos, máquinas de hielo y vasos, música pachanguera y medios de transportes públicos, nocturnos y, a poder ser, también de nulo coste. Por supuesto, lejos de cualquier conciudadano de sueño frágil al que la crónica semanal que revolotea saliendo de cientos de gargantas encubatadas y enfumadas, no rompa su idílico fin de semana. Esperaremos impacientes el concilio del botellón.